sábado, julio 28, 2007

Muere Gabriel Cisneros, uno de los padres de la Constitución

Madrid. El vicepresidente tercero del Congreso, diputado del PP y padre de la Constitución Gabriel Cisneros murió ayer a los 66 años. El fallecimiento se produjo en Murcia, donde Cisneros pasaba la última etapa de su enfermedad, un cáncer de hígado, en compañía de su hija.



La capilla ardiente del político quedó instalada, por primera vez en la historia de la democracia española, en el vestíbulo de la Cámara Baja. El funeral se celebrará hoy al mediodía en la iglesia madrileña de San Fermín de los Navarros y posteriormente los restos mortales del diputado serán incinerados en el cementerio de La Almudena en una ceremonia estrictamente familiar.

Cisneros formó parte por UCD de la ponencia que redactó la Carta Magna de 1978, lo que le convirtió en uno de los siete padres constitucionales, junto con Manuel Fraga, Jordi Solé Tura, Gregorio Peces-Barba, Miquel Roca, Miguel Herrero de Miñón y José Pedro Pérez Llorca y era el único que permanecía en activo en la vida política junto con Manuel Fraga, en la actualidad senador autonómico. Los otros cinco se dedican a actividades relacionadas con el Derecho o la docencia.

vocación y sacrificio La vocación política del diputado aragonés se revelaba en su pasión por el Parlamento, por ello estuvo casi hasta el último día de su vida pendiente de todo lo que ocurría en el Congreso, algo más que su segunda casa. Cuando le diagnosticaron la enfermedad que acabó con una de las más significativas trayectorias políticas de la Transición española, Cisneros dejó claro a todo el que le preguntaba por su salud que no iba a dejar el Parlamento, y lo demostró.

Con las obligadas excepciones motivadas por las exigencias del tratamiento médico, acudía todas las semanas a su despacho, ocupaba su escaño de vicepresidente del Congreso y ejercía en ocasiones de presidente, incluso en el tramo final de su enfermedad.

Todos los que le conocieron hablan de su incansable capacidad de trabajo, de su valía intelectual, de su inclinación al diálogo y al respeto por el adversario político, pero también de su valor humano. De hecho, desde la totalidad de los partidos llovieron ayer alabanzas hacia Cisneros, al que todos señalaron como una figura clave de la democracia.

Cisneros, condecorado ayer a título póstumo junto al empresario Jesús de Polanco con la Gran Cruz de Isabel la Católica, era una persona atenta que trataba a todos con cortesía y a quien los periodistas acudían frecuentemente para consultarle dudas, ya que era una autoridad en los entresijos del difícil arte de la tramitación parlamentaria.

También era muy requerido cada vez que se conmemoraba algún acontecimiento relacionado con la Transición, especialmente la Constitución de 1978. Un año después, en 1979, vivió quizá uno de los momentos vitales que más le marcarían, un intento de secuestro a manos de ETA, del que escapó milagrosamente, aunque herido de bala.

Aunque en las últimas fechas ya estaba bastante deteriorado físicamente, no quiso perderse el homenaje que recibió, junto a los otros seis padres de la Carta Magna, en la conmemoración del XXX aniversario de las primeras elecciones democráticas, que tuvo lugar el 14 de junio en el Congreso. La época más intensa y vibrante de la reciente historia española se evocó en vídeos, fotografías en blanco y negro y recuerdos personales donde aparecía su figura, casi siempre envuelta en el humo de sus fieles cigarrillos negros.

Todavía tuvo tiempo de acudir al hemiciclo, aunque sólo fuera durante algunas horas, para presenciar el último Debate sobre el estado de la Nación celebrado a comienzos de julio. En la Mesa todos estaban pendientes de él, especialmente la vicepresidenta Carme Chacón, con quien mantenía una relación entrañable. Aquel día no quiso que nadie le ayudara a bajar del escaño, tal vez porque sabía que iba a ser la última vez que lo hacía.

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