sábado, septiembre 27, 2008

¿Por qué nos gustar pasar miedo?

El cine de terror mueve legiones de aficionados. A millones de personas les gusta sentarse en la butaca y pasar miedo, un miedo que no tolerarían en la vida real. ¿Por qué? No hay una sola razón, los motivos son complejos


En 1996, Wes Craven, creador de Freddy Krueger - el asesino que se introduce en los sueños- dirige Scream. En esta película idea un nuevo criminal que utiliza un mecanismo quizás más tenebroso para acabar con sus víctimas: el gusto que todos comparten por las películas de terror. La película, que transcurre entre cameos de actores emblemáticos de este tipo de cine (como Linda Blair, la niña de El exorcista)y elucubraciones sobre por qué nos atrae el miedo, ironiza también acerca de los supuestos peligros de estas cintas. Hacia el final de la historia, Randy, uno de los protagonistas, menciona las tres reglas que hay que observar para poder sobrevivir a una película de terror: ser virgen, no drogarse y no marcharse diciendo "en seguida vuelvo". Cualquiera que no respete estas normas morirá.


Como cualquier otro artefacto cultural, el cine de terror atrae por razones muy distintas. No hay un factor que explique por qué tantas personas desean tener miedo de forma voluntaria. Cada individuo tiene, en cada momento, motivos diferentes. Pero las tres reglas de Scream pueden ser un buen catalizador para poner en funcionamiento nuestra mente y pensar acerca de algunas de las teorías que intentan explicar este paradójico gusto por el terror.

REGLA 1: ´SER VIRGEN´ La primera regla de Randy tiene que ver con el erotismo, algo que transita toda la historia del cine de miedo y explica parte de sugestión. Las sucesivas versiones de Drácula,por ejemplo, dan una idea de hasta qué punto los malvados protagonistas de este tipo de películas pueden convertirse en objetos de deseo. Bela Lugosi en el clásico de Tod Browning o Gary Oldmann y sus acólitas en la versión de Francis Ford Coppola nos hacen olvidar sus crímenes gracias a su capacidad de seducción.

El encanto de estas criaturas de la noche no es extraño. Pero nos resulta inexplicable porque, cuando hablamos del atractivo de una persona, tendemos a confundir sentimientos y sensaciones que nada tienen que ver. La fascinación pasional, por ejemplo, revoluciona los sentidos y nos hace dar un giro diferente a nuestra vida. El encanto del compañerismo, sin embargo, se basa más en la comunicación y el conocimiento mutuo. Este último es una simpatía que se basa en la confianza en la otra persona: sabemos lo que quiere, sabemos lo que piensa y sabemos que estará en ciertos momentos para apoyarnos.

Sin embargo, tal como nos muestran ciertas películas de terror, la primera - la seducción que despierta pasión – necesita de lo contrario: desconocimiento e indefi nición. Se basa en la incertidumbre y la inseguridad. La fuerza de este tipo de atractivo es nuestra propia curiosidad: la otra persona es una desconocida cada instante. Hay zonas oscuras de ese individuo que nos atraen pero que no sabemos lo que contienen. En Drácula, el príncipe de las tinieblas nos puede llevar al infi erno de la inmortalidad. En La mujer pantera, una cautivadora mujer nos hechiza con la peligrosa belleza de alguien que se deja arrastrar por su lado salvaje. En El silencio de los corderos, la inteligencia del hombre que nos seduce también nos puede devorar. Los perversos protagonistas de las películas de este género despiertan repulsión, pero también pasión. Desde el principio nos interesan porque son diferentes al resto de las personas. Y ese es el primer paso necesario para resultar atractivos. Nunca nos captarán como compañeros – no querremos ser sus amigos– pero sí podrán convertirse en nuestros mitos.

Vivir estas paradojas que sitúan a ciertos personajes entre el amor y el odio (recordemos estas palabras escritas en cada mano en el inquietante protagonista de La noche del cazador) es otra de las razones para ver este tipo de cine. Muchas personas disfrutan de este género precisamente porque les permite sumergirse en estas ambivalencias. El sentimiento de inquietud –y agrado– que les produce el cine de terror tiene que ver con un regreso a confusas creencias de su infancia.

Las historias e imágenes de estas películas les permiten revivir una época en que no tenían tan clara la división entre lo que está vivo y lo inanimado: en la infancia podemos tratar a los muñecos como seres vivos y, sin embargo, ciertas personas pasan inadvertidas. Regresan también a esos momentos iniciales de sus vidas en los que podían sentir la omnipotencia del pensamiento, es decir, a aquella etapa en la que creían que, por pensar una cosa, ésta ocurrirá. Por último, el cine de terror les permite volver a ese pensamiento infantil en el que extrañas fuerzas manejan el mundo.

De niños, todos pensamos y sentimos esas cosas. Crecer signifi ca superar estas creencias. Pero es un placer volver a la infancia. O, al menos, a algunas de estas sensaciones.

A los que buscan esta vuelta al pasado, La noche de los muertos vivientes les hizo recordar la indefinición entre lo vivo y lo muerto, La profecía les ayudó a regresar a la época del deseo que se puede convertir en realidad cuando uno quiere y La semilla del diablo les reintrodujo en ese tenebroso – pero estimulante – mundo en el que el infl ujo de poderes ocultos lo explica todo. Las películas de terror son un billete para viajar a esas experiencias infantiles. Y ésa es otra de las razones para el atractivo de este cine: hay muchas personas para las que ese trayecto resulta placentero…

Pero ¿una experiencia así se puede convertir en un mal viaje? Muchas películas de miedo tratan de dar una respuesta a esta cuestión. En casi todas, el peligro fi nalmente reside en la confusión entre realidad y fIcción. La exploración de estos territorios del pasado es adaptativa para nuestras vidas mientras sea un viaje de ida y vuelta. Podemos mitifi car a los malvados si sabemos que su imán es producto del séptimo arte. Los asesinos en serie, por ejemplo, el gran mito del terror contemporáneo, sólo son sugerentes en la fantasía.

En el mundo moderno se da un fenómeno que puede contribuir a la confusión entre realidad y fi cción: la trivialización que trasmiten ciertos medios de comunicación a todos aquellos asuntos que abordan. Tal como se habla en los periódicos y la televisión de ciertos criminales, se diría que la mítica (y falsa) fi gura del asesino en serie fuera real. En la película Kalifornia, un periodista fascinado por este tipo de criminales viaja en compañía de un joven vagabundo desarrapado buscando los lugares donde algunos asesinos vivieron y mataron.

El pequeño inconveniente es que ha elegido mal el compañero de viaje y rápidamente empieza a dudar si su acompañante no es, precisamente, uno de esos asesinos. A partir de ahí, la aventura deja de ser una posible fuente de negocio para convertirse en un infi erno. Exactamente lo mismo que fue para las víctimas de aquellos asesinos en serie… La razón de la confusión entre mito y realidad tiene que ver con una de las características de este cine: nos sentimos alejados emocionalmente de lo que vemos. En el cine de terror nos olvidamos, por ejemplo, de las víctimas porque sentimos que el mal no está dentro de nuestras propias vidas. Aquellos que, como el periodista de Kalifornia,ven como se adentra en sus vidas, saben lo que signifi -ca que alguien tan insignifi cante acabe convirtiéndose en importante gracias a la violencia.

Y es que, como decía Randy, la primera regla es ser virgen. O, expresado de otro modo: para ver una película de terror y salir bien parado hay que volver a ser niño. Porque en esa etapa de nuestra vida podíamos construir atractivos y seductores malvados sabiendo que los mitos, mitos son.

REGLA 2: NO DROGARSE La segunda de las reglas básicas para sobrevivir a una película de terror está relacionada con la hiperactivación. Randy dice que no hay que estar drogado para ver una de miedo. Porque, en realidad, la película es la droga. Al menos en el sentido de catalizador de la activación fi siológica y la estimulación intelectual.

La apertura a nuevas sensaciones, la necesidad de experiencias desconocidas, es un factor básico de personalidad del que cada vez se habla más en psicología. Hay individuos que prefi eren lo rutinario. Son personas que están más a gusto en una vida estable en la que los acontecimientos son conocidos. Encuentran sabor a lo que se repite.

Pero para otros seres humanos es esencial encontrar lo diferente, lo inquietante. En el cine de terror esa búsqueda de nuevas sensaciones se ha asociado muchas veces a consecuencias negativas. Pero en psicología la apertura a la experiencia también signifi ca imaginación vívida y fantasía activa, apreciación del arte y la belleza, receptividad a los propios sentimientos y emociones, interés por actividades diferentes e inusuales y curiosidad intelectual. El cine de terror es una de las mejores posibilidades para las personas abiertas a nuevas experiencias.

Como cualquier rasgo de personalidad, ser abierto o cerrado a nuevas experiencias no es, en sí, bueno ni malo. Pero el peligro de dejarse llevar por esa hiperactivación producida por lo nuevo o lo inmenso está también ahí. Cuando quedamos fascinados por algo, dejamos de pensar. Y es fácil que nos dejemos arrastrar por el lado oscuro, otro de los grandes temas del cine de terror.

En Verano de corrupción,Todd Bowden, un muchacho de 16 años, tiene un vecino al que considera una persona pacífi ca y tranquila. Pero un día descubre que bajo esa apariencia se esconde un antiguo criminal de guerra nazi. El chico decide no denunciar a su vecino. Le vende su silencio a cambio de que el antiguo militar asesino le cuente con pormenores qué se siente al matar. Porque Todd también tiene su lado oscuro...

Esta última historia habla del bien y del mal y del lado oscuro que todos llevamos dentro de nosotros. Y, sobre todo, del riesgo que existe cuando no se asume esa parte negativa. Verano de corrupción habla de personas para las que es imposible aceptar tendencias de las que no se sienten orgullosos. Todd no puede aceptar que se parece más a su vecino de lo que él cree. El antiguo militar nazi no asume su sadismo: justifi ca sus crímenes como necesidad ideológica. Los padres de Todd no quieren ver quién es realmente su hijo: se sienten impotentes para asimilar la verdad.

¿De dónde viene esa incapacidad para ser conscientes de nuestro lado negativo? Según algunos autores, proviene en parte de la tendencia actual del ser humano a creer que todo se puede y se debe intentar cambiar. La idea es que muchas veces no asumimos nuestras tendencias negativas porque, de hacerlo, nos sentiríamos obligados a acabar con ellas. Como no creemos ser capaces de hacerlo, preferimos no darnos por enterados y zanjar el problema.

El problema del mundo contemporáneo es, según estos investigadores, la errónea creencia de que podemos dar un giro a cualquier aspecto de nosotros mismos: personalidad, adicciones, sentimientos... El pensamiento occidental de los últimos siglos asume la posibilidad de modifi car cualquier aspecto de nosotros mismos. Y eso obliga, muchas veces, a aquellos que se sienten incapaces de cambiar, a adoptar la táctica del avestruz: prefi eren no ver su lado oscuro para no tener que luchar contra él. Y mientras escondemos la cabeza para no vernos, nuestro lado salvaje puede adueñarse de nosotros.

El género de miedo permite la apertura a nuevas experiencias y la aceptación de nuestro lado oscuro. Son muchas las películas que advierten de su mala canalización (El resplandor,¡Suspense!,Los pájaros...).Meterse en una sala de cine a ver una película de terror suele ser una forma de verse mejor a uno mismo.

REGLA 3: NO DECIR "VUELVO EN SEGUIDA" La tercera regla de Randy afi rma que no hay que decir nunca "vuelvo en seguida". Para disfrutar el cine de terror es mejor entrar en la película sin saber muy bien qué es lo que va a pasar. La capacidad de no anticipar el futuro y no poner nombre a todo de antemano es una de las condiciones del buen degustador del terror.

En los años ochenta Steven Spielberg produjo una película que causó un gran impacto: Poltergeist.En ella narraba como la vida tranquila de la familia Freeling se ve alterada por una multitud de fuerzas del otro mundo que invaden la paz de su hogar. Los intrusos no son precisamente cordiales y, desde el principio, nos da la impresión de que si la desafortunada familia Freeling no abandona su hogar será arrastrada a una pesadilla inimaginable. Pero la familia afronta los sucesos con una tranquilidad digna de encomio. Para muchos espectadores, la paciencia con la que los padres asumen hablar con una hija que está metida dentro del televisor o los movimientos continuos de los objetos en su casa resultan falsos. Sin embargo, existe un concepto que nos puede ayudar a entender que quizás esa fuera la forma en que los afi cionados al cine de terror asumen estos sucesos.

Los psicólogos llamamos tolerancia a la incertidumbre a la facilidad para aceptar cambios vitales, rupturas de planes de futuro, inseguridad sobre cómo se desarrollarán los acontecimientos. Esta capacidad de tolerancia a la incertidumbre varía según las personas. Hay gente que prefi ere tener planes muy estructurados y acepta muy mal las variaciones de la vida; hay otros que prefi eren no saber muy bien qué les va a ocurrir mañana. Los primeros se sienten fácilmente angustiados por las situaciones nuevas, desestructurados, confusas o imprevisibles. Por eso tratan de evitar tales situaciones manteniendo estrictos códigos de conducta y con-fi anza en verdades absolutas. Eso les da seguridad y un sentido claro de la vida.

Por el contrario, las personas con mucha tolerancia a la incertidumbre tienden a ser relajadas y a aceptar riesgos. Pueden sentirse tranquilas en medio de situaciones extrañas y ajenas a sus planes.

Para hacerlo, consienten en liberarse momentáneamente de una de las necesidades básicas del ser humano: nombrar el mundo que le rodea.

El cine de terror se adentra en lo innombrable. Pide al espectador que aplace el etiquetado, que espere al fi nal para poder tener sensación de control sobre lo que está viendo.

Los directores de este género saben que poner un nombre a las cosas las simplifi ca y, a largo plazo, las hace aburridas. Parte de la sensación de excitación intelectual que produce una buena película de terror procede, justamente, de esa capacidad que tiene para llevarnos más allá del pensamiento racional habitual.

Este tipo de cine nos permite tener sensaciones difusas como ver muertos (El sexto sentido,Los otros),revivir temores ancestrales como el miedo a los depredadores (Alien, Tiburón)o jugar con pensamientos extraños (El otro, La zona oscura).

Nos permite, en suma, ir más allá de los cajones ordenados que usamos para pensar el mundo.

Adentrándonos en él unos instantes, perdemos en seguridad, pero ganamos en libertad

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