sábado, septiembre 27, 2008

Etapas de la vida

Una frecuente discusión, generalmente amable, entre los exiliados cubanos tiene que ver con las diferencias que muchos perciben entre los cubanos de la Isla y los del exterior.

Evidentemente existen diferencias que no son difíciles de advertir, y las mismas se evidencian en cosas tan simples como la manera de hablar, de vestir y de enfocar las situaciones comunes de la vida. Siempre aclaro, sin embargo, cuando del tema se habla que el hecho de que existan esas diferencias no nos definen como superiores a los que estamos del lado de acá, ni a ellos, los de allá, como inferiores.

Probablemente un serio estudio de sociología y de psicología pudiera explicarnos el porqué de las diferencias de las que hago mención. La personalidad humana es hasta cierto punto un tanto misteriosa. Para analizarla se han escrito volúmenes de sociólogos y siquiatras por centenares. Yo no me sumo totalmente a una determinada teoría, aunque por razones profesionales haya tenido que estudiar a personajes como Sigmund Freud, Eric Erikson, Carl Jung, Erich Fromm, Carl Rogers, y algunos otros. Un común denominador en la mayoría de las teorías es la noción de que la cultura en la que nos desarrollamos imprime determinadas características en la formación de la personalidad.

Quizás uno de los elementos nocivos del marxismo en Cuba menos mencionado ha sido precisamente el cambio de la cultura cubana. A lo largo de 50 años continuados de adoctrinamiento y transformación social los cubanos de la Isla se han ido internando en una cultura de valores diferente a la nuestra. Cuba, medio siglo después de sufrir una fuerte ingerencia marxista, es muy diferente a lo que era en los tiempos en que la mayoría de los exiliados de mi edad optamos, o nos hicieron optar, por el exilio.

Eric G. Erikson, un extraordinario conocedor de la mente humana nacido en Alemania en el año 1902, y que fuera profesor en Universidades en Estados Unidos y México, dividió el proceso del desarrollo humano en ocho etapas. Aunque es interesante reducir los tramos de la edad a períodos definidos y diferenciados, la realidad no siempre se ajusta a esos términos. Sin embargo, para emprender un estudio comparativo de los diferentes tipos de personalidades, la escala propuesta por el pensador germano de origen judío nos sirve de referencia.

Las diferencias entre los cubanos de la Isla y los del destierro empiezan en los primeros años de vida. En Cuba la integración familiar es diferente y también lo es el proceso educativo al que incorporan a los niños apenas empiezan a tener conocimiento. La escuela es un centro de adoctrinamiento. La historia que se enseña es antípoda de la que teníamos en los libros de texto de los cuales aprendimos, y totalmente opuesta a la forma en que la entendemos y propagamos en nuestros centros educativos. Por ejemplo, si hablamos de Martí con un cubano de intramuros, nos asombramos con indignación al conocer la forma en que mira al Apóstol de nuestra Independencia. Y no es que se trate de mala intención ni de fanatismo irracional, sino que se trata del resultado de la instrucción que ha recibido desde los días primeros de su vida. Y la misma corriente la observamos cuando se habla de cualquier otro tema histórico.

Los adolescentes y los jóvenes en Cuba están sometidos a presiones cuyo peso no somos capaces de calcular enteramente en el exilio. Para tener acceso a la educación superior hay que ser marxista, o disfrazarse de marxista. Entre muchos otros recuerdos, está el de Yoadelis, una joven señora de unos treinta años que se echó a llorar en mi oficina mientras me preguntaba: “¿Usted cree que Dios me perdone? ¡Para entrar en la Escuela de Medicina confesé que era atea por miedo a que no me aceptaran!” Hoy día quizás haya en Cuba un nuevo espacio de breve apertura; pero por muchos años los estudiantes que profesaban ser religiosos eran marginados de tal forma que a menudo se les cerraba el ingreso a las aulas.

Las diferencias en la formación educativa y sobre todo, la distancia que nos separa ideológicamente de los cubanos de la Isla, son barreras que a menudo impiden una comunicación abierta armónica y apropiada. Me molesta que culpen a los que mal viven en la Isla catalogándolos de sumisos, cobardes o abúlicos ante el régimen despótico que los atropella. Pedir una rebelión desde la comodidad de un micrófono o la trinchera segura de un artículo es un escapismo emocional de los que nos fuimos de Cuba sin haber ejercido el deber de la protesta bélica. Los cubanos de la Isla viven amordazados, atemorizados, desprovistos de recursos para la pelea además de que se les ha insertado en la mente el falso concepto de que el régimen es invencible e intocable. ¿No hemos tratado de hablar con alguien que viene de la Isla y que rehuye por miedo el tema político y que cuando quiere decir algo que considera indiscreto mira hacia ambos lados para asegurarse de que no hay oídos intrusos?

Otra gran diferencia entre Cuba y los Estados Unidos es el sistema económico. En la Isla los alimentos básicos están arbitrariamente racionados y el acceso a bienes que se ofertan más allá de la cartilla únicamente puede comprarse con una moneda extranjera. La economía cubana es un desastre, un fracaso miserable que tratan de mantener al costo de la pobreza de todo un pueblo los que manejan en beneficio propio las riendas del poder.

Hay otra diferencia fundamental entre los cubanos de la Isla y los del destierro y es la de la escala de valores. Me cuentan que un sacerdote dijo en una homilía en su parroquia: “La Biblia dice que es un pecado robar. En cuanto a Cuba, la cosa es diferente”. El cubano ha tenido que aprender a vivir a fuerza de inventiva. Nos cuentan los recién llegados de la Isla que hay que “forrajear” a como dé lugar. Una forma de decir que los fines justifican los medios, cualesquiera que estos sean.

Ahora bien, los cubanos de allá y de acá, aunque tengamos diferente educación, vivamos en diferentes campos políticos, culturales y económicos y nos separen posiciones ideológicas antagónicas, mantenemos siempre abierta la opción del reencuentro. Lo vemos en los aeropuertos, lo comprobamos en las familias recién reunidas y lo percibimos en el llamado a la solidaridad en la hora de la desgracia.

No podemos, sin embargo, ser optimistas como para decir que a pesar de las diferencias entre los dos pueblos, existe la posibilidad de un reencuentro pacífico total. Son tan arraigadas las diferencias, que no todas se resuelven con un abrazo, y son tan intensas las frustraciones y desolaciones del espíritu, que no se olvidan con un intercambio de frases corteses. Hay que entender la actitud de los exiliados que han sufrido cárcel o que han padecido la ausencia de familiares presos. No puede desconocerse la infamia de los fusilamientos a granel que cercenaron las vidas de prometedores jóvenes ni el dolor incurable de sus familiares amados. Es imposible olvidar a las víctimas del violento sistema de gobierno comunista que ha pisoteado en la Isla todos los derechos humanos.

La solución es la de aplicar el veredicto de la justicia a los culpables y abrir acogedoramente los brazos para recibir a las víctimas inocentes. Los que han sufrido hondamente la violencia del régimen marxista implantado traidoramente en la Isla, serán capaces de desechar el odio que los ha marcado cuando les llegue la redentora hora de la libertad.

Y en esa hora, los cubanos de todos los rincones del mundo diremos adiós a las diferencias y formaremos unidos la nueva Patria, la que ya se vislumbra en el horizonte, llena de paz y esperanzas.

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