lunes, septiembre 29, 2008

Huracanes habaneros y sus insólitas secuelas


En los siglos XIX, XX y lo que va del XXI, han azotado a Cuba 112 huracanes, muchos de los cuales han quedado registrados en la prensa de la época por las insólitas secuelas dejadas en el territorio y su población.

El historiador y periodista Rolando Aniceto refirió a la AIN la necesidad de traer a la memoria algunos de esos eventos climatológicos, a propósito de los recientes huracanes Ike y Gustav, causantes de catástrofes similares sufridas años atrás por el pueblo cubano.

Aniceto, quien sorprende por su locuaz verbo y su retentiva, citó el huracán del cuatro de octubre de 1844, conocido como “El Cordonazo de San Francisco” por haber arrancado la torre del homónimo Convento, que -con 48 varas de longitud- era la más alta en la capital de la Isla.

En su interés por describir los hechos como si se estuviesen viviendo, Aniceto comentó que la citada torre estaba rematada con el busto de Santa Elena, decapitado por la furia de los vientos.

Evocó además a las jornadas del 10 y 11 de octubre de 1846, cuando un huracán hizo desaparecer El Coliseo, primer teatro de La Habana, entonces ubicado en las calles de Luz y Oficios.

Mientras más una se interesa por esas curiosidades históricas, más le brotan a este hombre-anécdota, quien narró que a propósito de los fuertes e intensos aguaceros dejados por el huracán de 1877 Don Joaquín Payret debió cancelar la inauguración del teatro que llevó su apellido y sito en las calles de Prado y San José.

El primero de los grandes huracanes del siglo XX fue el acontecido en septiembre de 1919, popularmente llamado el “Ciclón del Valbanera” por haber hundido el buque de ese nombre con 700 toneladas de peso, en el cual viajaban 200 pasajeros y tripulantes.

Luego vino el “Ciclón del 26”, que llegó el 20 de octubre de 1926, desde el sur de Cuba, arrasó con Nueva Gerona, en la otrora Isla de Pinos, y con el poblado de Batabanó en La Habana; y a las 10:30 am su vórtice ya castigaba a la Ciudad, donde permaneció 10 horas.

Las ráfagas cargaron en peso yates, botes y otras embarcaciones ancladas en el Puerto de La Habana y las trasladaron hacia las Plazas de Armas y de la Catedral y también al Paseo del Prado.

Testimonios gráficos dieron la vuelta al mundo para certificar el impacto de un tablón de más de una pulgada de grosor que atravesó una palma real, hecho verdaderamente trascendental de ese meteoro que, además, derribó La Giraldilla, escultura que identifica al Castillo de la Real Fuerza.

Resulta curioso conocer –relata el investigador- que los observatorios Jesuítas de Belén y el de la Marina de Guerra de Casa Blanca, que se disputaban la primacía técnica y veracidad de los pronósticos, no pudieran prevenir a los capitalinos del impetuoso fenómeno hidrometeorológico.

La charla concluyó con la narración del “Huracán de San Lucas”, del 18 de octubre de 1944. Fue el tercero más terrible de Cuba -y el único hasta nuestros días- que durante 14 horas y con vientos sostenidos de 262 kilómetros por hora (categoría cuatro) fustigó la Villa de San Cristóbal de La Habana.

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