jueves, enero 15, 2009

El último viaje de Albert Hofmann

Hay hombres que hacen revoluciones y transforman al mundo por mero accidente. El Dr. Hofmann fue uno de ellos. Trabajando muy joven en los laboratorios Sandoz sintetizó en 1938 el ácido lisérgico, resultado del estudio de los alcaloides presentes en un hongo del centeno llamado cornezuelo. Buscaban usos medicinales, pero en un principio los experimentos no tuvieron los resultados esperados y se abandonaron. Sin embargo, Hofmann tuvo un extraño presentimiento y retomó la investigación en 1943. Un día mientras analizaba el alcaloide, dejó caer sin darse cuenta una gota en su brazo de la dietilamida de ácido lisérgico. Minutos después se sintió mareado e inquieto y decidió ir a casa. Llegando se acostó y comenzó a tener visiones sicotrópicas, así como una sensación de embriaguez durante dos horas. Al volver de ese estado alterado de conciencia, Hofmann llegó a la conclusión de que su piel había absorbido la dietilamida y que el extraño efecto era resultado de ese accidente.

Tres días después decidió repetir la experiencia, pero con una dosis mayor, misma que al paso de los años se ha convertido en una leyenda llamada: “El día de la bicicleta”. Hofmann tomó la dosis de LSD, comenzó a sentirse mal, al grado que no podía hablar bien, así que le pidió a su asistente que lo acompañara a casa en bicicleta, ese viaje fue inolvidable, todo a su alrededor ondulaba y se distorsionaba y, aunque se iba moviendo en la bicicleta, él sentía por momentos que estaba inmóvil; el estado alterado fue magnificándose así que al llegar a su casa llamó al doctor y le pidió algo de leche a su vecina. El doctor no encontró nada, más que unas pupilas altamente dilatadas, pero Hofmann enloquecía paulatinamente pensando en una posesión diabólica, en que su vecina era una bruja y en que los muebles de su casa conspiraban en secreto contra su persona. El doctor le recomendó reposo. De ese modo Hofmann superó su mal-viaje y comenzó a tener de nuevo visiones divinas, miles de colores apareciendo en su cabeza, girando incesantemente, sonidos que se podían ver, colores que se podían saborear y toda una gama de emociones y sensaciones magnificadas y hermosas.

Ese fue el primer viaje voluntario de LSD en la historia. Un pequeño e intenso viaje para el hombre, pero un gran salto para la conciencia humana. Años después del descubrimiento, luego del auge, el abuso y la prohibición del LSD, el doctor Hofmann habló con Fernando Savater y Antonio Escohotado, entre otros investigadores, sobre lo que fue para él la vivencia del LSD: “Para mí la vivencia del LSD ha sido un abrir de mis propios ojos. Yo he tenido de repente mayor conciencia de que la creación puede vivenciarse de un modo mucho más grande, mucho más hermoso de cómo lo solemos percibir. Es un estado de embriaguez y de un verdadero éxtasis, pero hay que volver; no se puede permanecer en este Estado Extático Estimulado, no podemos vivir nuestra vida normal en este estado. Para hablar en palabras de Huxley, tenemos que volver a cerrar las válvulas, tenemos que volver a afrontar nuestros problemas cotidianos. Pero es importante saber que detrás de la barrera de nuestra vida cotidiana se oculta un mundo mucho más amplio, mucho más profundo y divino”.

Para el doctor Stanislav Grof, quien experimentó con el alcaloide después de Hofmann, pero del otro lado del mundo, la experiencia incluía una parte política: “Lo Divino se manifestó y me atrapó en un laboratorio moderno en medio de un serio experimento científico llevado a cabo en un país comunista con una sustancia producida en el tubo de ensayo de un químico del siglo XX... Salí de la experiencia tocado en mi núcleo más íntimo y muy impresionado por su poder. Como en esa época no creía, como ahora, que el potencial para una experiencia mística es un derecho natural de todos los seres humanos, lo atribuí todo al efecto de la droga”.

El 19 de abril del año pasado el doctor Albert Hofmann escribió un texto que resume de algún modo su posición ante su descubrimiento y el uso que deberíamos darle. De algún modo es una especie de testamento lisérgico:

“La alienación de la naturaleza y la pérdida de la experiencia de ser parte de la creación viviente es la más grande tragedia de nuestra era materialista. Es la razón que ha propiciado la devastación ecológica y el cambio climático.

“Es por eso que yo le atribuyo la más alta y absoluta importancia al cambio de conciencia. Yo considero los psicodélicos como catalizadores para esto. Son herramientas que van guiando nuestra percepción hacia áreas mas profundas de nuestra existencia humana, y así de esta manera volver a estar conscientes de nuestra esencia espiritual. La experiencia psicodélica en un entorno seguro puede ayudar a que nuestra conciencia se abra hacia esta sensación de conexión de ser uno mismo con la naturaleza.

“El LSD y otras sustancias relacionadas no son drogas en un sentido estricto, sino que son parte de sustancias sagradas, que durante miles de años han sido utilizadas en entornos sagrados. Los psicodélicos clásicos como el LSD, psilocybina y mezcalina se han caracterizado por el hecho de que no son sustancias tóxicas, ni adictivas. Es mi gran preocupación el separar los psicodélicos de los debates que en la actualidad se tienen sobre las drogas, y destacar el tremendo potencial inherente que estas sustancias tienen para el conocimiento de uno mismo, como una adjunción en terapia, y la investigación fundamental hacia la mente humana.

“Es mi deseo que una Eleusis moderna emerja, en la cual los humanos con una búsqueda puedan aprender a tener experiencias trascendentales con sustancias sagradas en un entorno seguro. Estoy convencido de que estas sustancias que permiten la apertura del alma y la expansión de la mente, encontrarán un lugar apropiado dentro de nuestra sociedad y nuestra cultura”.

Hay muchas aportaciones del LSD a nuestra cultura contemporánea que la prohibición y el uso negativo de esta sustancia nos impide ver. Sus mayores influjos, sin embargo, se han dado en el campo de la cibernética (no olvidemos que Steve Jobs y Bill Gates fueron consumidores recurrentes de ácido) y en el de las artes: ahí están varias canciones de los Beatles, de Pink Floyd, de Hendrix, los cuadros visionarios de Alex Grey, el pensamiento filosófico de Ken Wilber, de Aldous Huxley, de Antonio Escohotado, Timothy Leary, Hunter S.Thompson y muchos más que han explorado los intrincados laberintos de la conciencia y del espíritu.

Por eso y muchas cosas más, gracias doctor Hofmann. Algún día la humanidad sabrá valorar y comprender la importancia de su descubrimiento.

Feliz viaje.

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