martes, octubre 21, 2008

Comportamiento Humano

Jorge A. Huete-Pérez
El autor es doctor en Biología Molecular y Director del Centro de Biología Molecular de la UCA.


Descifrar el comportamiento humano es uno de los mayores desafíos de la ciencia. A pesar de los avances de la genética, un abordaje integral del tema requiere de la contribución de diversas disciplinas. La corriente moderna de la psicología evolutiva, por ejemplo, al considerar la evolución que ha venido experimentando la mente humana, estudia también la personalidad y las habilidades lingüísticas.

Las implicaciones sociales derivadas de estos estudios sobre el comportamiento humano suscitan grandes discusiones. Un asunto muy debatido es lo concerniente a la idiosincrasia y la cultura. Por una parte, se señala la invalidez de generalizar sobre la idiosincrasia de una población particular cuando en realidad lo que existe es más bien una enorme variedad de idiosincrasias, multiculturalidad de grupos sociales y étnicos.

En esta misma línea resaltemos que la cultura no está fija en el tiempo y la geografía, por lo que no se puede hablar de una forma de ser estática ni estancada. El machismo y la homofobia, tan arraigados en el pasado de la humanidad, no son más costumbres aceptadas ni mucho menos admiradas. Aunque el incesto y el abuso sexual sean un problema latente y preocupante en Nicaragua, nadie en su sano juicio se atrevería a pensar que estas prácticas aberrantes sean una característica del nicaragüense promedio.

También la manera de expresarnos es otro asunto del mismo debate. El lenguaje —según Steven Pinker—, reconocido psicólogo canadiense, es la mejor “ventana a la naturaleza humana”. Este psicólogo argumenta en su último libro de 2007, El mundo de las palabras, cómo la forma de expresarse, incluyendo las burlas, bromas o insinuaciones sexuales y demás, pueden explicar cómo funciona la mente humana y transparentar la forma de pensar de las personas. Por ello, el lenguaje y el comportamiento de una persona acostumbrada a resolverlo todo a patadas no pueden ser los mismos que los de un ciudadano formado en valores de tolerancia y respeto.

Desafortunadamente, debido a la complejidad científica de estos temas —genoma, conducta, psicología evolutiva— y sus implicaciones sociales y políticas, frecuentemente se recurre a la simplificación sin un juicio sobrio y crítico. Citemos como ejemplo divertido un reporte de investigación que cuenta que “los genes determinan cómo votan los ciudadanos en las elecciones”. Otro reporte similar va aun más lejos afirmando que “la genética determina las preferencias políticas”.

A falta de comprensión de los hallazgos científicos, se cae a veces en posiciones reduccionistas que sirven de argumento para el racismo y la discriminación. También las hay definiciones e interpretaciones antojadizas que menoscaban la cultura e idiosincrasia de las naciones. Veamos un caso local a propósito del lenguaje y la idiosincrasia.

A juzgar por los comentarios de un funcionario público aparecidos recientemente en LA PRENSA, el “prototipo” del nicaragüense es el de una persona inculta, irrespetuosa e intolerante. Dichos comentarios reducen al nicaragüense —casi genéticamente condenado— a un estereotipo decadente en materia cultural.

Aunque ya en desuso, es costumbre vieja recurrir a este tipo de generalizaciones no solamente para justificar la propia incultura, sino también para perpetuar una ideología. Lo peligroso de propagar estos prejuicios es que pueden conducir fácilmente hacia una sociedad etnocéntrica dispuesta al odio racial.

Los comentarios desacertados de un funcionario difícilmente se toman ya con seriedad si no fuera porque preocupa que en nuestra sociedad se percibe una adhesión sumisa a la superstición, al disparate y la insensatez. Sin mencionar que el lenguaje de los funcionarios de alta investidura debería ser apropiado y comedido, sabiendo decir las cosas sin ofender y desprestigiar.

Y es que cada vez con más frecuencia la mediocridad se justifica como pragmatismo, la grosería se convierte en sinceridad y la intolerancia se nos vende como virtud. La exaltación de estos antivalores viene muy a tono con la bajeza actual de la política, según la cual algunos sectores parecieran admirar este estereotipo vergonzoso.

Una última anotación sobre este delicado asunto. El habla del nicaragüense y su idiosincrasia han sido objeto de estudio de muchos intelectuales como Pablo Antonio Cuadra con su libro El Nicaragüense, acaso la obra más estudiada por sicólogos y sociólogos. Aunque se pueden ofrecer diferentes miradas e interpretaciones de nuestra naturaleza —como las que se han vertido sobre El Güegüense— difícilmente el ciudadano de estos días aceptaría sentirse destinado irremediable y “providencialmente” a la burla y la flojera. Además, que la obscenidad y el uso de epítetos o apodos no son rasgos atribuibles a un solo pueblo. No se debe confundir el reconocimiento del valor de estas obras —geniales por revelar los mitos y costumbres de un tipo histórico de ciudadanía— con la exaltación de la burla y el oportunismo.

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