“Desde el punto de vista formal de la sociedad, los internos de un hospital psiquiátrico se encuentran allí porque padecen enfermedades mentales. Empero si se considera que el número de ‘enfermos mentales’ no internados iguala y hasta excede al de los internados, podría decirse que éstos son víctimas de contingencias más que de una enfermedad mental”.
J. Goffman (1972). Internados. Ensayo sobre la situación social de los enfermos mentales. Buenos Aires. Argentina. Amorrortu Editores. Pag. 140 – 141.
Las internaciones injustificadas y prolongadas en una institución psiquiátrica corresponde analizarlas dentro del campo de la victimología. Las mismas violan los derechos de las personas que en nombre de la salud o del orden social son hospitalizadas permaneciendo más del tiempo que se requiere para su estabilización, semanas, meses, años y en numerosas tristes oportunidades, toda la vida. Allí, estas personas van haciéndose parte de la vida hospitalaria a medida que el tiempo pasa, sin relojes ni almanaques que los inserte en el mundo de los “sanos”, que los rescate del alejamiento de sus afectos, de sus trabajos, de sus bienes… de su identidad y de SU LIBERTAD. Así creen (y les hacen creer) que el hospital es su casa, su lugar en el mundo, un mundo de cuatro paredes inundado de mates y cigarrillos como únicos proyectos e intereses de subsistencia. Recuerdo la cara de terror de un paciente largamente hospitalizado en el Centro de Salud Mental de nuestra ciudad cuando en Febrero de 2007 le propusiéramos salir a dar un paseo; “no puedo caminar”, refería W.M., más de 15 años allí internado. Hubo que empujarlo hacia el afuera, acompañarlo gran parte del camino a paso ultralento y hasta fue necesario parar un taxi para continuar la actividad terapéutica.
Esta situación nos obligó a revisar su grueso historial médico (lleno de “S/N – sin novedad” en sus hojas de evolución), rediagnosticar, revisar su medicación, porque como todos sabemos, no se necesitan los mismos medicamentos o las mismas dosis para estar afuera que para “portarse bien” adentro. W.M. estaba cristalizado, endurecido (estereotipado en el idioma de la psiquiatría); endurecidas sus articulaciones por la falta de ejercicio en los últimos 15 años de su vida; endurecida su inteligencia por la falta de “un buen ajedrez” como él mismo decía; endurecida su alma por la falta de los afectos que todos los seres humanos necesitamos, no me refiero al cuidado del personal del CSM, me refiero al afecto del que fue privado ilegítimamente: el de su familia y la gente de su pueblo… familia que logramos ubicar tiempo después (cuando nosotros, los trabajadores del CSM, pudimos salir con él) en Comodoro Rivadavia y que refirió asombrada “creíamos que mi hermano había muerto”.
Hablo, con la historia de W.M. y muchas otras personas que permanecen encerrados, de ilegitimidad, de víctimas y de victimarios, hablo del delito mismo y de sus consecuencias. Veamos.
Hilda Marchiori (1990- La víctima del delito. Criminología 3. Edit. Marcos Lerner. Córdoba. Argentina. Pag.3) refiere: “la víctima es la persona que padece la violencia a través del comportamiento del individuo –victimario- que transgrede las leyes de su sociedad y su cultura. De este modo, la víctima está íntimamente vinculada al concepto “consecuencias del delito”, que se refiere a los hechos o acontecimientos que resultan de la conducta antisocial, principalmente el daño, su extensión y el peligro causado individual y socialmente”.
EN EL CASO QUE NOS OCUPA:
Víctima: es la persona que padece la violencia de internaciones en forma ilimitada en el tiempo sin causa médica que así lo justifique. Mujeres, hombres, de diversas edades depositadas, segregadas de la sociedad; personas que la institución y el olvido transforman en entes; personas que llegan de diversas formas al hospital porque quien las trae alude no tener los recursos para cuidarlo. Entonces elige (y la institución de salud acepta) internarla “unos días” que en la mayoría de los casos se tornan “meses o años”; persona a la que se le achaca “agresividad” y que no se puede convivir con ella…..entre tantas otras cosas.
Victimario: existe un pacto o alianza perversa entre instituciones (¡no solamente la de salud!), familia y sociedad que establece que el “loco” quede institucionalizado por su bien y el de todos, falsamente convencidos que allí estará bien. En este lugar sucede lo que sucede en todos los lugares de encierro, violencia verbal, violencia física, violencia sexual; VIOLENCIA.
Elías Neuman (1994- El abuso de poder en la Argentina y otros países latinoamericanos. Primera edición. Editora Espasa Calpe. Pag. 155) expresa: “los reformatorios, las cárceles y los manicomios son casas de violencia donde los hombres encierran a otros hombres que han transgredido normas y pautas que hacen al equilibrio y la “normalidad”. Seres no exitosos para la vida, que no acceden por sus propios medios a una sociedad científico – tecnótrónica o que no se adaptan, una de las maneras de no prestar consenso. En estos casos, para garantizar la llamada “seguridad social”, se recurre a un sublimado pero antiguo contragolpe social, que se enmarca en la segregación”.
Delito: son las internaciones psiquiátricas realizadas en el mundo sin causa psiquiátrica alguna (valga la redundancia) y mas allá del tiempo necesario para la compensación clínica. No hay nada comprobado, en las ciencias y la investigación médica, que justifique una internación más allá de los 20 días. Todo lo que exceda a ello, en el campo de la salud se denomina iatrogenia y en el campo de la justicia se denomina: privación ilegítima de la libertad. Valga: delito.
Consecuencias del delito: no solo es el encerramiento ilegítimo sino los efectos que éste genera: dependencia, perdida de la identidad, de la autoestima, de los vínculos objetales; de la noción de tiempo y espacio, de las habilidades, hábitos y capacidades. El cuerpo se atrofia, la mente se pasiviza dando paso de inmediato a la apatía y el desinterés. Eso en el idioma del campo de la salud se denomina: deterioro generalizado de la persona en su totalidad biopsicosocial.
H. L. Martinez (1997- La victimización del paciente psiquiátrico internado. Revista del Hospital Psiquiátrico de San Luis, Argentina. Nº2, Pag. 4) refiere: “Las consecuencias de la violencia se pueden formular de la siguiente manera: a menor contención familiar, mayor sufrimiento de la violencia; a mayor tiempo de internación, mayor sufrimiento de la violencia y a mayor distancia entre los motivos de su internación y las causas que justifican su hospitalización, mayor es la victimización”.
Hace pocos días el CSM recibió (¡y aceptó sin chistar!.... ¿obediencia debida?) a un joven derivado desde el interior de esta provincia que, ante la situación violenta y confusa (le habían “referido” a su partida que venía al Hospital de Río Gallegos a realizarse estudios), se defendía y negaba a quedar internado. El oficio judicial que ordena su hospitalización alega que el Hospital de esa localidad solo atiende emergencias, que allí no hay psiquiatra, ni acompañante terapéutico ni nada que sirva a los efectos de ayudar al joven a sostener su salud y a su familia a cuidarlo.
Creer que las soluciones están afuera del lugar donde se generan, creer en la Salud Mental
basada solo en la actuación de los médicos psiquiatras y minimizar los recursos de la comunidad organizados por las instituciones del estado para cuidar de los vecinos mas vulnerables es sencillamente resolver de manera cómoda, insana, inaceptable e injusta.
No hay víctimas sin victimarios; No hay encerrados sin encerradores. No hay salud sin libertad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario