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Aún aceptando que estos que niegan la existencia de un dios estuvieran en lo cierto, que no lo están, el Mundo tendría que regirse por una determinada moral para poder coexistir los unos con los otros. Lo que ya no sería tan fácil sería que las reglas por las que debiera regirse la humanidad se impusiesen de común acuerdo, se aceptasen las peticiones de los más débiles y se atemperasen las exigencias de los más fuertes, los más poderosos, los menos escrupulosos y los más egoístas. Porque la humanidad es así, y así se ha mostrado desde que los primeros hombres empezaron a deambular por las praderas africanas. ¿Quién, sintiéndose fuerte y poderoso, se dejaría imponer limitaciones a su libertad de hacer o deshacer lo que le viniese en gana? ¿ quién, si no temiese un castigo, una corrección o un mal superior, contendría sus instintos naturales a favor de los derechos de un ser más débil? Conociéndonos como nos conocemos y habiendo experimentado, a lo largo de nuestras vidas, el comportamiento de nuestros semejantes e, incluso, el nuestro; sería muy difícil que pudiéramos concebir una tipo de civilización en la que no hubiera unas leyes que limitaran, en beneficio de la comunidad, las actuaciones individuales, los desmanes provocados por el egoísmo o los destrozos causados por la violencia de los más fuertes. Pero todos sabemos de la imperfección de las leyes humanas, todos desconfiamos de determinados sistemas políticos capaces de limitar los derechos de los ciudadanos para subordinarlos a fines partidistas, totalitarios o tiránicos. Todos comprobamos cada día las injusticias que padecen determinadas personas, grupos sociales o naciones que son sojuzgados por quienes tienen la fuerza y el poder de hacerlo. Hay ricos, porque han tenido la suerte de nacer en familias que lo son y hay pobres porque no han tenido aquella suerte; los hay enfermos y otros están sanos; los hay inteligentes y también imbéciles, tontos o discapacitados; en fin, que está claro que este Mundo en el que vivimos no reúne los requisitos para ser considerado el mejor lugar en el que lograr la meta deseada y, señores, aquí surge la pregunta, ¿si este no es el lugar adecuado, qué hacemos nosotros en él?, ¿ qué diablos hemos venido a buscar en un lugar donde nos toca padecer, luchar, enfermar y morir? La explicación no la encontraremos en el entorno que nos rodea ni en los sabios que han pretendido aclararlo sin demasiado éxito ni, tampoco, en los grandes avances científicos; porque siempre queda algo inexplicable, incomprensible y que va más allá de lo que constituye las posibilidades de la mente humana. Siempre queda por descifrar ¡quién, qué, cómo y de qué manera fue capaz de crear el primer átomo o partícula infinitesimal, del que se derivó el resto de la creación? Nadie me lo ha podido aclarar y, sólo mediante la esperanza de que exista un mundo mejor y de que todo lo que nos rodea no sea una gran estafa, podemos entender, los creyentes, que nadie que ha sido capaz de construir un universo tan bello podría incurrir en tamaña maldad. Por eso creemos en el más allá, en otra vida mejor, en un lugar sin injusticias, ni pasiones ni desigualdades, creemos en la trascendencia de nuestro espíritu y en que la muerte no es más que un tránsito. Por eso, cuando vemos el interés de estos autocalificados como ateos, cuando observamos sus esfuerzos de hacer propaganda de su gran vació anímico, cuando nos percatamos de que, en su desesperación por sentirse impotentes ante su falta de horizontes y su limitada perspectiva vital, sentimos una inmensa pena, una congoja por su desesperanza y un repudio por sus intentos, como ha ocurrido con un grupo, “Unión de ateos y Librepensadores”, ubicado en Barcelona — ciudad que parece se ha convertido en el asilo de todos estos descreídos, progres, okupas, drogadictos, ácratas y vividores – que no sólo se declaran ateos ( lo que no implicaría nada que no pudiéramos asumir), sino que están pretendiendo hacer proselitismo por medio de anuncios en transportes públicos con lemas como “Probablemente Dios no existe. Deja de preocuparte y disfruta de la vida”. Para ellos el ser religiosos supone no disfrutar de la vida, ni estar alegres, ni estar despreocupados cuando, a todas luces, quienes debieran de estar verdaderamente inquietos y angustiados por su futuro deberían ser ellos que, en muchos casos, quieren librarse de su falta de esperanza drogándose, o enfangándose en el cieno de la pornografía o la sensualidad indiscriminada con lo cual sólo consiguen acabar hastiado de si mismos y hundidos en el oscuro pozo de la depresión y la desesperanza. Lo malo es que, al parecer, estos pobres seres han encontrado la colaboración de aquellos que, como Judas, no tienen reparo en venderse al mejor postor y han consentido que tal tipo de propaganda figure en los autobuses metropolitanos sin valor el daño que tamaña muestra de enfocar la vida, sin otro objetivo que dilapidarla en causas menores, pueda ser vista por niños o personas poco formadas que puedan sentirse inclinados a dejarse influenciar por el veneno del materialismo ateo. Si son cristianos, me temo que van a tener que responder de ello en su momento. |
lunes, enero 12, 2009
Propagar el ateísmo ¿qué ganan con ello?
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