lunes, enero 12, 2009

¿Dónde está Dios?

Una de las marcas que distinguen al mundo desarrollado de aquel que se estanca, es el pensamiento que hace saltar a sociedades del dogmatismo al escepticismo. Es la salida del mundo medieval, donde todas las explicaciones a la realidad se justifican por la voluntad de Dios, a otra en la que se sientan las bases del método científico, que se permite dudar, experimentar y sacudir la idea de que todo aquello que pasa, deja de pasar… es o deja de ser, es justamente porque así lo quiere el Creador de todo.

El mundo moderno convive entre todas las ideas. Desde aquellos pueblos primitivos que a todo le dan una explicación divina… a otros que no solo han brincado las trancas de lo oculto y místico, sino que se empiezan a permitir hacerle “al todopoderoso” creando vida por formas diversas, que van más allá de las propias que provee la naturaleza.

Si bien las bases del pensamiento humano se asentaron en función de aquello que se creía verdadero, la modernidad y nuevas tendencias se ven obligadas a demostrar la verdad, antes de creer en ella. La fe se enfrenta al entendimiento por la vía de la demostración de lo que se concibe como verídico.

Si tengo un hijo enfermo de un mal incurable, el hombre del pasado tenía como única vía para la solución de su encrucijada, el recargarse en el misticismo de esperar un milagro para su cura o bien aguardar su muerte como desenlace de la voluntad de Dios. Ese dogmatismo que si bien tuvo que ser la base primigenia del conocimiento, evolucionó hasta buscar soluciones que descartaban la expresión pura del milagro y tenían forzosamente que pasar por la experimentación que llevara al “descubrimiento” de soluciones que iban más de la mano del hombre que de un destino imperturbable. La base del nuevo desarrollo está cimentada en el estudio, experimentación, práctica de mente abierta, sobre las soluciones que podemos encontrar en el acervo de conocimientos que estamos obligados a descubrir.

En el mundo medieval, tan alejado de la verdad científica… con su ética, moral, política —concebida a su manera— había por lo menos una ventaja. Salvo las diferencias teológicas, se podía uniformizar el pensamiento de la civilización de esos primeros tiempos del pensamiento colectivo. La uniformidad, marcó una relación vertical de las sociedades y el ejercicio del poder político y económico. De ahí las monarquías, el absolutismo, totalitarismo, dictaduras, imperios, césares y formas de potestad incuestionadas.

Por otra parte, el principio de la búsqueda de la verdad por métodos humanos, trajo un aumento en el acervo de conocimientos, pero rompe la uniformidad de criterios, porque cada quien llega a “la verdad” por caminos diferentes, que imprimen a la actividad humana un carácter diverso. Se enriquece la propuesta humana, aunque irremediablemente empieza la confrontación, bajo distintos conceptos de la vida moderna. La iniciativa misma del hombre florece… y con ella los enfrentamientos se acentúan hasta llevarnos —entre la armonía y la crisis— a la resultante natural… ¡la evolución!

El pensamiento secular marca paradigmas… Estas, formas repetidas de proceder. Más lo fascinante de esta época, es que ahora —que todo cambia— vamos en el tránsito al necesario empalme de sociedades dogmáticas con otras puramente escépticas que nos llevarán —espero— a la creación de otros patrones de relación humana.

Hoy todo lo conocido está en crisis. La educación, la teología y religión. Las finanzas, la economía, producción y empleo. La política, las sociedades y su identidad. La ciencia, la investigación y la revolución del pensamiento empírico. Lo espiritual y lo material. Lo ético y lo moral. La abundancia se confronta con la escasez. La fe, con la irreverencia de su ausencia total. ¡Todo se ha recorrido! Ahora falta por saber qué camino seguirá el hombre del futuro. Un sendero más cercano al conocimiento absoluto… Acaso más conocedor del porqué, de un necesario y consciente orden superior.

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