Suelen referirse los médicos, psicólogos y otros facultativos o expertos sobre la materia que contiene la masa cerebral y su influencia sobre el funcionamiento del cuerpo humano, que el cerebro de las personas se divide, básicamente, en dos partes.
Una, el llamado “hemisferio izquierdo”; y, la otra, el denominado “hemisferio derecho”. Al parecer, el primero de dichos hemisferios está especializado en controlar los movimientos del lado derecho del cuerpo, realizando los procesos de pensamientos lógicos que operan de forma lineal, procesando la información de manera secuencial, o un dato después de otro. Por su parte, el segundo hemisferio, por contraste con el anterior, controlaría los movimientos del lado izquierdo y llevaría a cabo los procesos complejos, estando dedicado a controlar y corregir las complejidades. Sin embargo, por diversas y distintas funciones que ambas partes del cerebro realicen, las dos desarrollan luego la función de coordinación, control y equilibrio, colaborando entre sí para realizar la labor conjunta que hace funcionar perfectamente todo el organismo humano, incluso corrigiendo en su interior, con sus defensas naturales, cualquier anomalía o disfunción orgánica que no constituya una dolencia crónica o grave que pueda ya resultar irreversible o incurable.
Pero a uno llama poderosamente la atención el hecho de que el cerebro, pese a realizar tan importantes y prodigiosas funciones de control y equilibrio en su interior a través de esos dos hemisferios, rigiendo prácticamente el funcionamiento del cuerpo, luego no actúe de cara al exterior de la misma manera, con idéntico equilibrio y armonía respecto del comportamiento que las personas tenemos para relacionarnos con los demás. Es decir, extraña que la masa cerebral no sea capaz de controlar los muchos impulsos malignos y perversos, los malos sentimientos y las pérfidas acciones que las personas realizamos. De esa forma, uno piensa que quizá la solución podría estar en dotar al cerebro de un tercer “hemisferio central” que pudiera desempeñar la función de frenar y controlar las neuronas locas que en algún lugar de la masa encefálica los humanos debemos de albergar y que sería donde se refugia la maldad humana que tantas veces nos hace ser perversos a los individuos por propia naturaleza. Esas células nerviosas a las que, efectivamente, podríamos llamar “neuronas locas”, parece como si se descontrolaran, como si se dislocaran y actuaran a modo de como en el firmamento lo hacen las estrellas fugaces, perdiéndose luego a velocidades vertiginosas en el infinito, y pudiendo ser la causa de que nos dejen desequilibrado el cerebro, hasta el punto de llevarnos en muchos casos a ser impulsivos, vehementes, agresivos, belicosos, y capaces de cometer las peores fechorías contra nuestros semejantes.
Y traigo aquí a colación este símil metafórico del comportamiento cerebral, porque quienes tengan la paciencia de leerme - si es que llega a haber alguien que lo haga- recordarán que cuando a mediados de diciembre pasado di por cerrada temporalmente esta página de El Faro de Ceuta a la que normalmente me asomo los lunes, pues lo hacía denunciando la violencia del género humano en términos generales, pero centrando principalmente mi reproche contra la violencia sexual infantil que un día sí y el otro también ahora tanto se ha puesto de moda cometiéndose contra niños indefensos e inocentes; también contra el maltrato de género y la violencia asesina contra las mujeres; igualmente, contra esa lacra internacional, a la vez que particular de nuestro país, que es el terrorismo sanguinario y cruel; e igualmente lo hacía contra las guerras de toda clase, pero sobre todo, contra esas que desde hace ya tantos años y de forma recurrente no dejan de reproducirse en Oriente Medio, estigmatizando a ambas partes contendientes, de manera que las ha hecho ya prácticamente irreconciliables.
Y cuando uno escribía en tales fechas, lo hacía deseando a todos “paz y bien” (ese era el título del aquel artículo), porque eso es lo mínimo que a cualquiera se le hubiera ocurrido ante la inminencia ya de las pasadas fiestas tan tradicionales, tan entrañables y tan propicias para la paz, como suele ser la Navidad, en la que hasta en las guerras santas o de religión que en la antigüedad se hacían en forma de cruzadas y que solían ser las más cruentas y atroces, pues hasta entonces por todas las partes beligerantes se declaraba y respetaba la llamada “Tregua de paz de Navidad”, que abría un pequeño paréntesis en el que toda violencia cesaba sistemáticamente mientras duraba su celebración, aunque en ocasiones la paz se solía prolongar por más tiempo y hasta se llegaba a poner punto final a la confrontación armada tras haberse creado con el alto el fuego el clima propicio para lograr la paz definitiva.
Sin embargo, ahora que ya parecemos más civilizados y en teoría todos nos recubrimos con la aparente capa que nos presenta como más humanitarios; ahora que también tanto nos duele e inquieta en teoría el problema de los derechos humanos en general, pues resulta que, apenas había terminado de escribir aquel artículo, ya volvían a proliferar de nuevo el triste caso de los niños, los asesinatos de nuevas féminas a manos de su pareja, el criminal estallido de la furgoneta-bomba con el que aquí en casa el terrorismo nacionalista nos “felicitó” el fin de año , y hasta se ha vuelto a desatar la guerra entre palestinos e israelíes que, al momento de escribir estas líneas ha ocasionado ya unas 800 muertes, muchas de ellas de personas civiles, mayores y niños inocentes e indefensos. A mí todo eso me parece una gravísima irresponsabilidad de quienes primero rompieron la tregua volviendo a lanzar cohetes, y después una barbarie cometida por quienes son capaces de hacernos ver la imagen descarnada de un padre impotente, cruzado de brazos y llorando, viéndose rodeado de sus cuatro hijos y esposa muertos y mutilados.
Ante casos tan inhumanos como éstos, uno no tiene más remedio que preguntarse que, ¿por qué existe en el mundo tanta maldad humana?, dado que a veces nos comportamos con peores instintos agresivos que las fieras. Y la respuesta a tal interrogante quizá nos la diera hace ya unos 350 años el filósofo inglés Thomás Hobbes, cuando aseveró: “El hombre es un lobo para el hombre”. Y es que los seres que a nosotros mismos nos llamamos “racionales”, no escarmentamos, no tenemos remedio, y una y otra vez caemos en la violencia radical. Y la guerra, la violencia en general, no sólo no soluciona los problemas sino que los empeora en su infinita espiral. Por eso, hace mucha falta que las personas dialoguemos más y que nos pongamos a resolver los problemas mirándonos cara a cara y estrechándonos más las manos, en lugar de tanto emplearlas para lanzarnos unos a otros cohetes, bombas y misiles con los que quienes los tiran no van a lograr otra cosa sino patéticas muertes, que se producen porque en el mundo está muy sobrado de odio y resentimientos.
Con lo bien que se podría vivir en paz y en buena armonía si fuéramos mínimamente mesurados, razonables, con sentido común, prudentes y responsables.
Las guerras, el terrorismo y toda clase de violencia cruel, sea la que sea y venga de donde venga, no crean más que destrucción, injusticias, miserias, penalidades y muchos sufrimientos, casi siempre a los más menesterosos, indefensos e inocentes. Hace ya más de 2000 años, el político, orador y escritor romano Marco Tulio Cicerón, decía en una de sus elocuentes y célebres filípicas: “Prefiero la paz más injusta, a la más justas de las guerras”. De igual forma, el norteamericano Benjamín Franklin, inventor del pararrayo, de las gafas bifocales y de varios fenómenos que se producen dentro de los campos eléctricos, hace más de 250 años también dejó dicho: “Nunca hubo guerra buena, ni paz mala”. Enry Millar: “
Cada guerra es la destrucción del espíritu humano. Jen-Paul Sastre: “Cuando los ricos hacen la guerra, son los pobres los que mueren”. George Marshall: “El único medio de vencer en una guerra es evitarla”. Y entre nosotros, Miguel de Cervantes, con su figura ficticia de El Quijote, aseveró: “La paz es el mayor bien que se tiene en la vida; pero no es bien que hombres honrados sean verdugos de otros hombres”. Juan Pablo II: “La guerra es siempre una derrota de quienes participan en ella”. Rafael Alberti: “¡Muera la guerra, y muerte a la muerte!”. Y luego está Gandhi, el llamado campeón de la paz, cuando con todas sus fuerzas gritó: ¡No hay camino para la paz...; la paz es el camino!.
Pues, en esa línea que se expone en el párrafo anterior, hay que dejar siempre una puerta abierta al optimismo y a la esperanzas. En el mundo no todo son sombras, lágrimas y lamentos por la mucha maldad de los que en él habitamos, porque también hay muchas luces, muchos lugares en paz y todavía más gente buena y personas que a diario se esfuerzan y se afanan por vivir en armonía y abogando por la moral que enseña a hacer el bien y evitar el mal en la búsqueda de un mundo mejor, más justo y más humanizado. Pues, ahora que ya hemos alcanzado el año 2009, a ver si conseguimos que el mismo nos depare una buena dosis de tolerancia, humanidad y amor para, con ello, poder romper las grandes barreras de la crueldad y el odio.
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