FRANCISCO ROBLES
España necesita un James Carville que escriba una frase con grandes caracteres para ese presidente sin carácter que sigue siendo el inquilino del palacio de la Moncloa. Carville se inventó la célebre frase que sirvió para espolear a los estrategas de Clinton en la campaña de 1992, cuando Bush padre parecía imbatible: «¡Es la economía, estúpido!»
Eso mismo habría que decirle, en voz alta, a este presidente que permanece anclado en los preceptos ideológicos que le sirven como coartada para no tomar las decisiones que puedan salvar a España del hundimiento que se atisba. Zapatero necesita un asesor que le diga a cada momento lo que escuchaban los emperadores romanos, pero adaptado a su circunstancia: «Recuerda que eres lo que eres». Y que cada cuarto de hora le dé un grito que lo despierte del sopor zen en que sigue viviendo a pesar de las adversidades: «¡Es la economía, demagogo!»
Esa demagogia que Zapatero borda con un primor digno de admiración es lo único que le queda al presidente que se ha desgastado muchísimo antes que Felipe González. Hagan cuentas. En 1988 Felipe llevaba en el cargo los mismos años que ZP en la actualidad. Las diferencias son tan ostensibles que huelga comentarlas. El mismo Aznar se fue por su propio pie sin que la inmensa labor de erosión que llevó a cabo el mester de progresía pudiera derribarlo del sillón.
Esos que usaron el decretazo, el Prestige o los mismos atentados del 11-M para hacer una política de bajo vuelo con el consiguiente tufo carroñero son los que pretenden anular al PP a través de un pacto que los deje maniatados en estos momentos tan difíciles para el zapaterismo.
En menos de horas veinticuatro los versos de Lope de Vega pasaban de las musas al teatro. En menos que canta un gallo el PP ha pasado a ser objeto propicio para el pacto. Ya nadie habla del cordón sanitario con que la izquierda nacional y la nacionalista pretendieron aislar al partido que representa a millones de españoles aunque algunos de sus líderes más contumaces y montaraces se empeñen en lo contrario.
Ahora toca pactar. La izquierda, una vez más, se dedica a marcarle la agenda a una derecha que sigue con sus complejos y que no se atreve a dar el paso al frente. Alguien del PP debería decir, de una vez por todas, cuál es su plan para sacar a España de la crisis. Pero Rajoy no está haciendo una oposición basada en los números rojos de la economía, sino en los números negros de las encuestas que le sirven para afianzar su liderazgo en el partido.
El PSOE pretende convertir ese pacto que el Rey ha pedido por sentido de Estado y por sentido común, en un arma de doble filo. Si pactan, la oposición quedará reducida al papel de comparsa. Si no, ya tienen lo único que les hace falta para gobernar: un culpable. La progresía es así. Necesita alguien a quien echarle la culpa de todos los males para lavar su conciencia. Un tótem que pague el pato del tabú que nadie quiere sacar de la penumbra para pasearlo por la plaza pública: la izquierda ha fracasado en el plano económico.
A la izquierda se le ha caído encima el muro de Berlín y el telón de acero. La izquierda ni sabe ni puede crear riqueza. Sólo aspira a repartirla como si fuera el botín que ha robado a los ricos para entregárselo a sus pobres votantes: de herederos de Marx a imitadores de Robin Hood. Por eso la izquierda no es capaz de gestionar una crisis, porque esa ideología se lo prohíbe, como bien ha señalado ZP con su habitual lucidez para estas cosas. Y por eso necesitan subir los impuestos en vez de bajarlos.
No crean riqueza pero controlan el dinero. Y si la cosa se pone chunga, se inventan una conspiración que todo lo explique para evitar que un asesor de confianza se lo diga a la cara en su búnker monclovita: «¡Es la economía, demagogo!».
No hay comentarios:
Publicar un comentario