lunes, marzo 02, 2009

“El cerebro es el secreto mejor guardado de la naturaleza”

(Eric Kandel, neurocientífico)

El célebre médico francés Alexis Carrel llegó a decir que “de todas las cosas que el hombre conocerá, la última probablemente será él mismo”. Y estaba en lo cierto. No obstante, puede que el hombre jamás llegue a descifrar del todo su órgano más complejo y perfecto: el cerebro. ¿Cómo se origina la actividad mental? ¿Dónde se almacenan los recuerdos? ¿Por qué somos conscientes de nuestro propio yo? ¿Para qué soñamos?... Pese a los avances conseguidos en la exploración neurocientífica, quedan muchísimos interrogantes como los anteriores pendientes de hallar respuestas definitivas. Pero hay otras cuestiones más enigmáticas que ni siquiera son planteadas unánimemente por la comunidad científica.

Teorías vanguardistas como el “cerebro holográfico” y disciplinas como la Parapsicología, que estudia aquellas facultades más ignotas de nuestro psiquismo, aún se contemplan con gran recelo por los neurocientíficos, que prefieren centrar sus investigaciones en averiguar el funcionamiento de las diferentes zonas del cerebro, descubrir la naturaleza de los neurotransmisores y localizar las áreas que controlan funciones como la inteligencia, la memoria o las emociones. Aún así, el bioquímico Francis Crick, descubridor de la estructura molecular del ADN, reconoce que “nuestro conocimiento de las distintas partes del cerebro sigue en un estado muy primitivo (...) Todo está por descubrir...”

COMPUTADOR BIOLOGICO

Sin duda, nuestro cerebro actúa como un sofisticadísimo superordenador que, a través de un lento y progresivo proceso evolutivo, se ha ido perfeccionando en sus funciones hasta el punto de diferenciarnos cualitativamente del resto de los seres vivos. Esta masa de tejido gelatinoso de color gris -de unos 1.300 gramos de peso- contiene alrededor de 100.000 millones de células conocidas con el nombre de “neuronas” y que constituyen las unidades básicas del sistema nervioso. Estas células, conectadas entre sí a través de millones de ramificaciones (“dendritas” y “axones”), forman una vasta red que cumple una misión muy específica: procesar la información sensorial, tanto la que llega del mundo exterior como del propio cuerpo. En un solo segundo, estas células son capaces de procesar hasta 200.000 millones de bits de información. Para ello se valen de sus casi 100 trillones de interconexiones.

Aunque como aclara el neurólogo Santiago Ramón y Cajal Junquera -nieto del célebre premio Nobel de medicina-, “las neuronas no se conectan entre sí por una red contínua formada por sus prolongaciones, sino que lo hacen por contactos separados por unos estrechos espacios denominados sinapsis”. Los neurotransmisores serían los encargados de transmitir esas señales a través de las conexiones sinápticas.

Pero el cerebro posee otras características fundamentales. Una de ellas es que está constituido por dos mitades simétricas, divididas por un profundo surco longitudinal, con funciones muy diferentes, aunque interrelacionadas. El hemisferio izquierdo rige el pensamiento lógico, verbal y analítico; el hemisferio derecho, por el contrario, se ocupa de la parte subjetiva, emocional y creativa. A su vez, los hemisferios cerebrales están divididos en cuatro lóbulos: frontal, relacionado con el conocimiento y la inteligencia; temporal, con el área auditiva; parietal, con el área sensorial; y occipital, con el área visual. En su interior, el cerebro posee además dos núcleos, el tálamo y el hipotálamo, centros del sistema nervioso autónomo.

Otras partes esenciales son: el cerebelo, ubicado en la parte posterior del cráneo, que rige el equilibrio y los movimientos musculares; y el bulbo raquídeo, del que parte la médula espinal, que controla la función respiratoria. El lenguaje, una facultad presente únicamente en el hombre, estaría controlado por una serie de centros distribuidos en las periferias del lóbulo temporal del córtex cerebral. En cuanto a la memoria, los neurocientíficos consideran que no se localiza en una zona concreta, sino que estaría distribuida por todo el cerebro.

Otra particularidad de nuestro cerebro es que emite una serie de ondas eléctricas de distinta frecuencia -producto de su actividad electroquímica-, que pueden ser registradas mediante el electroencefalograma (EEG). Son: las ondas beta (cuyo ritmo oscila entre 14 y 25 ciclos por segundo), presentes en el estado de vigilia, es decir, cuando nos encontramos realizando alguna actividad como trabajar, leer, andar, etc.; las ondas alfa (de 8 a 13 c/sg.), relacionadas con los estados de relajación y meditación; las ondas zeta (de 4 a 7 c/sg.), con los estados emocionales y creativos; y las ondas delta (de 0,5 a 3 c/sg.), activas durante el sueño profundo. Pero nuestro cerebro esconde otras sorpresas...

A mediados de los setenta se detectaron unas sustancias neurorreguladoras que fueron bautizadas con el nombre de “endorfinas” (opiáceas endógenas) y que cumplen un papel similar al de determinados alcaloides derivados del opio. Dicha droga bioquímica es liberada por el cerebro para aliviarnos un dolor o provocarnos una sensación placentera. Hoy es uno de los campos de investigación más importante de la farmacología.

Pero a pesar de todos estos conocimientos básicos que se han ido adquiriendo en las últimas décadas gracias a los modernos avances tecnológicos (sobre todo con el uso de la Tomografía por Emisión de Positrones y con la Resonancia Magnética Nuclear), el reputado neurobiólogo José M. Rodríguez Delgado nos advierte en su obra “El Control de la Mente” que “la anatomía y la fisiología del cerebro son aspectos muy importantes para conocer su estática y su dinámica, pero estos datos no nos revelan el misterio de las señales que circulan por las neuronas, ni su sistema de codificación, y mucho menos su significado”. En suma, conocemos muy bien la organización anatómica y estructural del cerebro, pero muy poco sobre sus funciones (sólo un 20% según algunos especialistas).

ENTE INMATERIAL

La dualidad mente-cerebro sigue generando un intenso debate entre filósofos, psicólogos y neurofisiólogos. Se nos enseña que la actividad mental es producto de complejos mecanismos cerebrales, pero aún no se ha logrado definir con exactitud qué es la mente. ¿Se trata de una entidad espiritual, el alma, como creían los antiguos filósofos?... Según los neurocientíficos, la mente no puede existir sin su soporte material que es el cerebro, sin embargo sus funciones y capacidades alcanzan niveles insospechados y hacen poner en duda los postulados mecanicistas.

Ciertamente, resulta dificil pensar que conceptos como el amor, el sentido religioso, la imaginación, la intuición, la creatividad artística, la sensibilidad musical, etc. tengan un origen exclusivamente neurofisiológico. Eso sin referirnos a cuestiones más profundas como el inconsciente colectivo, la consciencia transpersonal y las facultades PSI, por ejemplo. Por otra parte, los neurocientíficos tampoco se ponen de acuerdo en determinar si la actividad mental ya aparece en la vida intrauterina, si se inicia en el momento de nacer o si se desarrolla en etapas posteriores.

Y mucho menos son capaces de explicar cómo surge en nuestro cerebro la consciencia del Yo (“el mayor de los milagros”, según Karl Popper). Pero ¿y si la mente es una propiedad inteligente independiente del cerebro? ¿y si existe previamente a todo lo manifestado?... Recordemos el axioma hermético “el universo es mental” que ahora es defendido por muchos físicos de vanguardia interesados por el fenómeno de la consciencia. Y es que los nuevos paradigmas científicos están planteando asombrosas teorías relacionadas con la mente humana que hacen tambalear el modelo materialista del cerebro, como más tarde veremos.

¿UN SUBPRODUCTO DEL CEREBRO?

¿Cómo los procesos cerebrales pueden dar lugar a la experiencia consciente?... Complicado dilema se les plantea a los neurocientíficos que intentan abordar el problema de la consciencia, el más grande enigma de nuestra psique. El matemático y filósofo David J. Chalmers señala sobre ella que “nada hay que conozcamos de forma más directa, pero resulta dificilísimo conciliarla con el resto de nuestros conocimientos”. Y es que a pesar de las elaboradas teorías reduccionistas planteadas por científicos de la talla de Christof Kock, Daniel Dennett o Roger Penrose -éste último incluso aplicando el modelo cuántico-, no es posible por ahora explicar la consciencia en sí. Y tal vez, como sostienen los más pesimistas, no sea posible nunca...

Comprender el mundo mental en términos del mundo físico no resulta nada sencillo y hasta el momento todo intento ha sido inútil para despejar nuestras dudas. Y es que hay una pregunta vital: ¿puede la mente humana comprenderse a sí misma?... Pero la cosa no acaba ahí. Determinados fenómenos anómalos hacen pensar que la consciencia no está limitada a las estrechas barreras del cerebro, lo cual deja en entredicho la visión materialista de que la consciencia no es más que una especie de biocomputador.

La ecuación “mente = cerebro” no está, pues, tan clara como se nos quiere hacer creer desde hace tres siglos. El destacado psicólogo Charles T. Tart apunta al respecto que “no cabe la menor duda de que ciertos aspectos de la mente y de la consciencia dependen, parcial o totalmente, del funcionamiento del cerebro y del sistema nervioso. No obstante, existen ciertos fenómenos que parecen un tanto independientes de las limitaciones físicas impuestas por el cerebro y nos obligan a afrontar el problema desde otra perspectiva”. Así, la visión remota, la proyección extracorpórea y las experiencias cercanas a la muerte (ECM) evidencian que la consciencia no se reduce a nuestro marco físico-tridimensional sino que puede trascender las fronteras del espacio y el tiempo e incluso expandirse a otros niveles de la realidad.

“La expansión de la consciencia implica un desarrollo gradual, una evolución histórica que va de lo inconsciente a lo consciente, de lo inferior a lo superior, de lo individual a lo social, de lo personal a lo transpersonal y de lo transpersonal a lo universal”, afirma Ana Mª González Garza, profesora de psicología en la Universidad Iberoamericana de México.

Estas teorías conocidas como “interaccionistas-dualistas”, que sugieren que nuestro yo consciente y el cerebro son entidades independientes aunque interactúan entre sí, se fundamentan, entre otras cosas, en dos razones: la primera, en que las leyes de la física, química y biología no ofrecen ninguna pesquisa sobre el surgimiento de esta entidad inmaterial llamada consciencia (al menos, su existencia es incompatible con las “leyes naturales” que nos presenta hoy la ciencia materialista); y la segunda, en que los biólogos evolucionistas no han sido capaces de explicar el desarrollo gradual de la consciencia ya que consideran a ésta causalmente inefectiva.

En este punto, deberíamos reflexionar, como propone el filósofo y premio Nobel de Medicina John C. Eccles, sobre los grandes interrogantes que subsisten respecto a la acción de nuestro cerebro, a su relación con la mente, a la creatividad de nuestra imaginación y a la singularidad de la psique.

LA MENTE PROFUNDA

El neuropsiquiatra austriaco Sigmund Freud, uno de los principales fundadores de la psicología moderna, introdujo a finales del siglo XIX el concepto de “inconsciente” para designar “aquellas representaciones latentes de las que tenemos algún fundamento para sospechar que se hallan contenidas en la vida anímica”. Casi toda nuestra actividad psíquica procede de esa zona sumergida de nuestra mente. Pero ¿se halla en un lugar determinado del cerebro?...

Según algunos neurocientíficos como Jonathan Winson, el inconsciente estaría localizado en una región primitiva del cerebro (que implica al hipocampo, al sistema límbico y a la corteza frontal) cuyo mecanismo surge en el comienzo de la evolución de los mamíferos y que resultó fundamental para la supervivencia. Sin embargo, como apunta el Dr. Charles Brenner, “nadie ha demostrado todavía la analogía eléctrica o química de un pensamiento, y justamente es el pensamiento lo que ocupa totalmente al psicoanálisis”.

De lo que no hay duda es que nuestros deseos, complejos, miedos, sentimientos e instintos (pulsiones) descansan en el inconsciente, el cual condiciona, en buena medida, nuestra personalidad. Por un sentido ético y racional, esos contenidos mentales inconscientes son censurados y reprimidos, aunque luchan por hacerse conscientes (a través de los sueños consiguen una vía de escape expresándose mediante un lenguaje simbólico).

El estudio psicoanalítico de los sueños y las investigaciones sobre sujetos neuróticos sirvió a Freud para dar un enfoque terapéutico a esta nueva psicología del inconsciente. Sin duda, la doctrina freudiana -que ha sido muchas veces objeto de controversia por su defensa de la hipnosis y por su particular interpretación de la sexualidad infantil- ha realizado una notable aportación al conocimiento del mundo psíquico y, por ende, ha servido para profundizar más en el complejo comportamiento humano.

Pero no sólo existe un inconsciente individual. El psicólogo suizo Carl Gustav Jung, discípulo de Freud, consideró que también hay un “inconsciente colectivo”. Con dicha denominación, Jung se refirió a una especie de sustrato o “archivo” psíquico universal que contiene imágenes simbólicas esenciales (“arquetipos”), común a todas las culturas, que se han ido manifestando a lo largo de las épocas en las creencias religiosas, la mitología, el esoterismo, las leyendas, los sueños y también en el arte.

“He elegido la expresión ‘colectivo’ porque este inconsciente no es de naturaleza individual –escribe Jung-, sino general, es decir, que en contraste con la psique individual tiene contenidos y modos de comportamiento que son los mismos en todas partes y en todos los individuos. En otras palabras, es idéntico a sí mismo en todos los hombres y constituye así un fundamento anímico de naturaleza suprapersonal existente en todo hombre...”

UN NUEVO PARADIGMA

Algunos científicos contemporáneos como el neurofisiólogo Karl Pribam o el bioquímico Rupert Sheldrake han enunciado ciertos postulados revolucionarios sobre el cerebro y la psique humana en los que está muy presente la noción junguiana de la “mente grupal”. El primero de ellos formuló, a principios de los setenta, una sugestiva teoría según la cual el cerebro opera como un holograma, teniendo acceso a un todo mayor.

Su “modelo holográfico del cerebro” considera que la memoria y la inteligencia no se encuentran en un área determinado del cerebro sino que están esparcidas por todo él. Cada parte contiene al todo, como ocurre en una placa holográfica. Esta teoría se vería apoyada poco después por los trabajos del físico David Bohm sobre el “orden implicado”, quien también consideraría el universo como una especie de holograma (emergió así una nueva concepción de la realidad que se conoce como “el paradigma holográfico” y que cuenta cada vez con más partidarios).

Sheldrake, por su parte, publicó en 1981 una interesante y polémica obra titulada “Una nueva ciencia de la vida” en la que exponía su hipótesis de la “causación formativa”, según la cual la memoria es inherente a la naturaleza y no, por tanto, un producto del cerebro. Este científico heterodoxo plantea asimismo la existencia de una memoria colectiva -a la que denomina “campos morfogenéticos”- que actúa más allá del espacio y del tiempo, determinando los hábitos, formas y conductas de los seres vivos, y transmitiendo además a cada organismo el conocimiento acumulado por su especie. “Según esta teoría, los recuerdos no deben estar necesariamente almacenados en el interior del cerebro puesto que los hábitos y los recuerdos de acontecimientos pasados concretos pueden ocurrir por resonancia mórfica con estados anteriores del mismo organismo”, argumenta Sheldrake.

FACULTADES PSI

Tanto Freud y Jung, como posteriormente Pribam y Sheldrake, se sintieron atraidos por los fenómenos fronterizos de la mente. Sus investigaciones les llevaron irremediablemente al mundo de lo paranormal. Los padres de la psicología moderna no sólo estudiaron ciertos fenómenos inexplicables, sino que fueron protagonistas de algunos de ellos (Freud escribió en 1921 un interesante artículo titulado “Psicoanálisis y telepatía” y Jung recogió varios casos paranormales en su obra autobiográfica “Recuerdos, Sueños, Pensamientos” de 1961; fueron además miembros de la célebre “Society for Psychical Research” de Londres).

En cuanto a la teoría de Karl Pribam, si nuestro cerebro puede acceder a una “esfera de frecuencia holística”, fuera de nuestros límites espacio-temporales, cobra sentido facultades como la telepatía, la “visión remota” o la psicokinesis, y experiencias trascendentes como los “estados místicos”. “Si tenemos ESP o fenómenos paranormales -asegura Pribam-, eso significa sencillamente que estamos leyendo en otra dimensión en ese momento.

No podemos entenderlo a nuestra manera corriente”. Por su parte, Rupert Sheldrake afirma que “la hipótesis de la causación formativa quizás pueda proporcionarnos un puente entre la ciencia y los fenómenos parapsicológicos”. Ciertamente, fenómenos como la clarividencia, la retrocognición o la sincronicidad pueden tener también una explicación natural bajo ese novedoso enfoque teórico.

Pero ¿realmente hay evidencias de que nuestro cerebro posee facultades extrasensoriales? ¿existe una energía psíquica capaz de ejercer una acción sobre la materia?... Recientemente se han cumplido 130 años desde que comenzara lo que por entonces se conoció como la investigación metapsíquica (precursora de la Parapsicología). Numerosos médiums de la época fueron sometidos a minuciosos exámenes por destacados científicos como William Crookes, premio Nobel de Física, o Charles Richet, premio Nobel de Medicina. Aquellos ilustres pioneros reconocieron la realidad de los fenómenos extraordinarios y determinaron que tenían un origen psíquico.

Apoyado en la teoría del “inconsciente”, el filósofo Frederic W.H.Myers elabora en 1895 la hipótesis del “Yo-subliminal”, un nivel psíquico en el que pueden conectarse diversas mentes, explicando así los fenómenos telepáticos. Pero la investigación de los fenómenos PSI no alcanzó un valor verdaderamente experimental y científico hasta la década de los treinta, cuando el biólogo y matemático Joseph B. Rhine aplica el método estadístico para medir las capacidades psíquicas de algunos sujetos, englobadas bajo los nuevos términos de “Percepción Extrasensorial” (ESP) y “Psicokinesis” (PK). Desde entonces, la Parapsicología -que logró el esperado reconocimiento científico en 1969- ha ido avanzando, aunque lentamente y sorteando muchos obstáculos, en el conocimiento de las facultades latentes de nuestra mente. No obstante, seguimos sin aclarar si esa supuesta energía (“telergia”) que produce los fenómenos paranormales tiene su sede funcional en alguna región concreta de nuestro cerebro. Unos consideran que el lóbulo temporal está implicado en la fenomenología paranormal (Michael Persinger, 1989).

Otros, en cambio, suponen que es el tálamo, como por ejemplo el equipo de investigación “Hipergea” de Barcelona. En 1985 intentó ofrecer una respuesta: “El oxígeno de las neuronas talámicas del cerebro es el factor desencadenante de la fenomenología paranormal”. Una conclusión que no ha podido ser confirmada y que deja sin explicar aquellos fenómenos PSI que trascienden los límites temporales y espaciales.

Dr Joseph Banks RhineHace ya varias décadas que el propio Dr. Rhine mantenía sus dudas a este respecto, sosteniendo que el factor PSI no es de naturaleza física. En su excelente libro “El Nuevo Mundo de la Mente” (1953) el padre de la Parapsicología Científica manifestaba: “En alguna parte del organismo debe haber incluso lo que en cierto sentido podría llamarse una localización, un lugar más identificado con psi que cualquier otro. Eso no quiere decir que tenga que existir un órgano receptor específico o una zona determinada del cerebro”.

De todas formas, la idea de una “transferencia de energía” está quedando relegada desde que irrumpió la teoría holográfica de Pribam y Bohm. Esta última propone que “el cerebro es un holograma que percibe y participa en un universo holográfico”. Por tanto, si en el “nivel implicado” todas las cosas y acontecimientos están interconectados, no hace falta que recurramos a modelos explicatorios basados en campos energéticos para explicar los fenómenos ESP y PK. Aquí cabría hablar más bien de “unidades de información” (Stanley Krippner, 1978).

Sin duda, el estudio de los fenómenos paranormales está contribuyendo a ahondar en aspectos hasta ahora desconocidos de la mente humana Es, pues, importante seguir investigando a fondo estas cuestiones, siempre con un espíritu abierto pero a la vez crítico, y conseguir un mayor apoyo multidisciplinar. Y es que, como reconoce el eminente catedrático de Psicología José Luis Pinillos, “en el fondo, todo este inquietante mundo de la comunicación telepática, de la percepción extrasensorial y de las premoniciones constituye una advertencia, una invitación a la humildad para los psicólogos demasiado orgullosos de su ciencia, y representa también un reto al ingenio humano”...

ULTRACONSCIENCIA

¿Puede expandirse la consciencia hacia niveles superiores de la realidad?... Así lo cree la Psicología Transpersonal, la rama más reciente de la psicología que aborda los fenómenos limítrofes de la consciencia. Su precursor, el psiquiatra checo Stanislav Grof lleva cuarenta años investigando los llamados “estados modificados de consciencia” lo que le llevó a crear un nuevo paradigma sobre la naturaleza de la psique humana, opuesto al modelo cartesiano-newtoniano. El movimiento transpersonal ha tenido en los últimos años una gran acogida por parte de psicólogos, psiquiatras, filósofos, físicos, pensadores y artistas de vanguardia.

Lo “transpersonal” -vocablo acuñado por el psicólogo Abraham Maslow en 1969- es, para el psicoanalista Enrique Galán, “intraindividual, pues en el interior de cada cual se agita el cosmos en su conjunto, la ‘physis’ (...) Es un intento de comprender el misterio de la Naturaleza a través del estudio de la psique humana”. En ese viaje interior, hacia lo más profundo de uno mismo, se puede vivenciar episodios perinatales, regresiones hacia supuestas vidas pasadas, sintonización con otras consciencias (individual, colectiva, planetaria...), comprensión de los símbolos universales y, en grado último, experimentar una comunión con la nada, con la unidad primordial. Todo un amplio espectro de acontecimientos autotrascendentes que se vuelven inefables...

Pero además, según Grof: “las ‘experiencias transpersonales’ incluyen diversas visiones arquetípicas, secuencias mitológicas, experiencias de influencias divinas o demoníacas, encuentros con seres desprovistos de cuerpo o suprahumanos y la identificación experiencial con la mente universal o el vacio supracósmico”. Como se puede ver, en estas experiencias cumbre encontramos elementos análogos a los que, en ocasiones, nos describen los médiums, los contactados y los visionarios religiosos (así como aquellas personas que han sufrido una ECM).

No obstante, mediante el consumo de sustancias alucinógenas (como el LSD) o empleando técnicas como el trance, la meditación, la privación sensorial, la danza rítmica, la respiración holotrópica, etc. el individuo puede experimentar un “estado no ordinario de consciencia” y penetrar en esas “dimensiones transpersonales de la psique” de las que hablan, con otro lenguaje, los místicos de todas las épocas y culturas. Y es que, ya sea el “éxtasis místico” en el contexto católico, el “nirvana” en el budista, el “satori” en el zen o el “samadhi” en el yoga, la experiencia y el resultado son los mismos: acceder a una esfera supradimensional para fundirse con la “divinidad”, con lo “absoluto”.

Alcanzar esa “Consciencia Cósmica” -como la denomina el Dr. Richard Bucke- supone, a su vez, adquirir un conocimiento más profundo de la realidad y una visión holística del universo. El sujeto experimenta asimismo un despertar de su intelecto, un desarrollo de ciertas facultades extraordinarias (relacionadas, preferentemente, con la “percepción extrasensorial” y con la sanación), un mayor sentimiento de amor hacia sus semejantes y un profundo respeto hacia toda forma viviente. No sabemos si esos “destellos de lo infinito” son vislumbrados por la consciencia humana porque somos lo que el especialista Jon Klimo llama “subpersonalidades dentro de una Mente-Cerebro Universal”, pero de lo que podemos estar completamente seguros es del profundo y positivo cambio que experimentan aquellos que cruzan el umbral de los “reinos transpersonales”.

A MODO DE EPILOGO

En definitiva, la Naturaleza nos ha dotado de un tesoro de incalculable valor. El cerebro, con todos sus misterios, seguirá deparándonos muchas sorpresas en el siglo XXI. Hoy, muchos físicos cuánticos, como Jack Sarfatti y Eugene Wigner, llegan a preguntarse si nuestra consciencia ha creado la realidad del Universo, ya que su papel es crucial en el mundo de las partículas elementales (como se deduce del “Principio Indeterminista”).

La nueva física ha reconocido finalmente la importancia que tiene la psique en los fenómenos subatómicos. Ello ha contribuido a que algunos físicos vanguardistas se interesen por conocer cuáles son los puntos de conexión entre la física y el misticismo, e incluso decidan introducirse en el terreno -aún “maldito” para ciertas mentes atrofiadas- de la parapsicología, como es el caso del premio Nobel de física Brian Josephson, que aplica las leyes cuánticas a la explicación de los fenómenos PSI.

“La física, el brillante ejemplo de la ciencia pura y dura, que siempre se ha tenido como un modelo para las demás, está ahora trascendiendo la visión del mundo mecanicista y reduccionista. Nos está conduciendo a una visión orgánica, holística y ecológica similar a la de los místicos, las personas psíquicas y las que tienen experiencias transpersonales espontáneas”, especifica muy acertadamente el físico teórico Fritjof Capra.

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