martes, febrero 03, 2009
Los robots podrían liberarse de las limitaciones mentales humana
Es probable que para que el androide desarrolle una inteligencia parecida a la del Hombre necesite egoísmo y ambición
A la hora de construir inteligencias artificiales, el Hombre goza de mucha mayor libertad que la que tuvo la Naturaleza cuando “construyó” a al ser humano. Pueden estar absolutamente liberadas de las restricciones y limitaciones de la organización mental humana. Incluso podrían hasta no tener referencia alguna con lo natural, con lo ya existente. Desafortunadamente, es probable que para que el androide desarrolle una inteligencia parecida a la del Hombre necesite algunas de sus supuestas “debilidades”, como el egoísmo y la ambición. Por Sergio Moriello.
Los robots podrían liberarse de las limitaciones de la organización mental humana
Teniendo en cuenta la corriente clásica y mayoritaria de la actualidad, algunos piensan que la inteligencia artificial de un robot humanoide será algo extraña, ajena, algo que no comparte la experiencia humana. Acaso sea brillante pero no humana, aunque sería deseable que no sea inhumana. Podría estar tan inmersa en el reino del silicio, tan lejos de las preocupaciones originadas en el carbono (por ejemplo, el envejecimiento y el deterioro del organismo), que tal vez surjan problemas de comunicación con ella [Dibbell, 1996].
El robot humanoide clásico no tiene instintos ni necesidades (como respirar o tener sexo) ni esa especie de inteligencia vital que manifiestan los mamíferos superiores. Sin embargo, es un tipo de inteligencia, aunque ciertamente limitada, estrechamente especializada, y con capacidades de creación y adaptabilidad aun muy pobres [Skyvington, 1978, p. 122]. En otras palabras, las máquinas poseen –por ahora– tan sólo una inteligencia específica, confinada y restringida a la ejecución de determinadas tareas (a pesar de ser, en algunos casos, superior a la humana). El problema es el exacerbado antropomorfismo: cuanto menos se asemeja una entidad al Hombre, menos sentido tiene para éste atribuirle una inteligencia como la suya [Minsky, 1986, p. 301].
Arquitectura mental
El tipo de arquitectura mental que debería tener un robot humanoide depende de la clase de inteligencia que se desea para él. Si se busca un sistema que sea eficiente, que piense racionalmente, se debería utilizar la lógica (en sus diferentes modalidades) y hacer prevalecer la objetividad frente a la subjetividad (para lo cual, tal vez, no se necesite un cuerpo físico). Si, en cambio, se busca un sistema que actúe de forma parecida a como lo hace un humano, se debería construir con un elevado grado de inteligencia general y un amplio conocimiento del mundo, con sentido común (para lo cual se necesite no sólo un cuerpo físico, sino incluso con forma humana y que esté situado) [Ritchie, 1985, p. 150].
En este último caso, hay que ser consciente de lo que es esencial y lo que es accidental en el Hombre; su inteligencia tiene serias limitaciones y no hay motivos para que las máquinas tengan que compartirlas. No sólo se podrían reproducir sus fortalezas, sino que también se podrían evitar muchas de sus múltiples debilidades. En efecto, el sistema cerebro-mente del homo sapiens evolucionó a lo largo de millones de años con el objetivo de sobrevivir. Sus diferentes módulos se expandieron gradualmente sin disponer de una adecuada planificación previa…, algo que se torna bastante evidente [Crevier, 1996, p. 332/5].
Identidad propia
Aquí surge un interrogante que será necesario dilucidar (o, por lo menos, tener en cuenta) al tratar de implementar esta clase de robots. ¿Qué “identidad común” se adoptará como característica normal, estándar, uniforme? Es decir, ¿cuál será el “ser ontológico”, el “ser genérico”, el “ser idealizado”, aquellos aspectos constitutivos que compartirán todos los robots de un mismo tipo?
Dicho con otras palabras, ¿cuál será su género (andrógino, hombre, mujer u otro)?, ¿debería ser laico o tener una religión? Y, en este último caso, ¿qué religión (cristiana, judía, musulmana, budista u otra)? ¿Cuál será su cultura (individualista occidental o colectivista oriental)? Y, en cada caso, ¿latina, norteamericana o europea; árabe, china o soviética? ¿Cuál su etnia (blanca, negra, amarilla u otra)? ¿Cuál su ideología (capitalista, socialista, comunista u otra)?
En el ser humano, todas estas características son parte integrante de su mente, de sus “modelos mentales”. Y siguiendo, ¿cuál será el código de comportamiento de los robots y cuál su ética? ¿Estarán sometidos a leyes confeccionadas por humanos o darán preferencia a sus propios valores? Como se aprecia, no se trata de un sistema simple sino de una compleja red de interrelaciones.
Diseño chapucero
La inteligencia humana no fue diseñada con claridad ni bien ordenada, sino que es el resultado de un proceso de sucesivos ensayos a lo largo de millones de años. Se trata de una acumulación progresiva de estructuras y funciones neuronales que se basan sobre las formas vivas que han evolucionado antes que el Hombre. Éste no sufrió una reestructuración completa tal que lo convirtiese en un animal racional bien diseñado. Como bien dice Rupert Riedl, “estamos cercados por las limitaciones de nuestra capacidad cognoscitiva, por los límites de los sentidos, dice Hume; por los del entendimiento, arguye Kant; por los de las capacidades cerebrales, añade Hubert Rohracher, y por las del espíritu, concluye Chomsky” [Riedl, 1983, p. 220], y a las que habría que agregar las limitaciones lingüísticas que restringen la flexibilidad del pensamiento.
En efecto, con su estructura lineal de sujeto-predicado, las lenguas indoeuropeas fuerzan a sus hablantes a pensar en términos lineales de causa y efecto, mientras que la realidad profunda está compuesta por relaciones múltiples, paralelas y/o causalidad recursiva (cadenas de causas-efectos que se vuelven sobre sí mismas, que se realimentan).
Problemas
El sistema cerebro-mente humano no ha cambiado sustancialmente en los últimos 50.000 años, pero seguirá evolucionando lentamente y se volverá más complejo. Está diseñado para operar –de forma más o menos eficiente- durante un tiempo de vida promedio de unos 75 años o poco más; más allá del cual comienza a mostrar síntomas de un deterioro progresivo.
También está habituado a actuar en forma de “rebaño” dentro de pequeñas tribus nómades (con poca interacción fuera del grupo y siguiendo de forma inconsciente a los líderes); no en forma autónoma dentro de los grandes conglomerados urbanos de 10 o 20 mil individuos o, más recientemente, dentro de las comunidades virtuales de cientos de millones de personas a través de la web [Johnson, 2003, p. 183].
Por otra parte, el homo sapiens tiene una capacidad limitada de registro –estático y local– de la realidad profunda, por lo que muy frecuentemente no puede percibir el carácter evolutivo y transitorio de grandes sistemas (por ejemplo, sociales, culturales, históricos, astronómicos, etc.) [François, 1977, p. 111]. Sólo es capaz de hacer una prospectiva simplista a corto plazo, percibiendo secuencias simples de causa y efecto (y limitadas en el espacio y en el tiempo), en lugar de una combinación de factores que se influyen mutuamente [O’Connor y McDermott, 1998, p. 20].
Su pensamiento consciente no es muy apto para hacer frente a muchos detalles concretos o a objetivos múltiples y simultáneos, puede verse distorsionado por la parte afectiva (emociones, sentimientos y estados anímicos), está fuertemente influido por la comunidad a la que pertenece y es muy perezoso (evita la reflexión larga y profunda).
Limitaciones
El ser humano no comprende muy bien cómo se comportan ciertos sistemas complejos (especialmente sus interacciones, demoras, descentralización y fenómenos colectivos) ni tampoco su inter-dependencia con la Naturaleza: no es consciente de que todo organismo que destruye su entorno se acaba autodestruyendo. Se distrae fácilmente y su memoria es limitada, poco confiable, falible y se deteriora con el tiempo... incluso puede generar falsos recuerdos (confunde los hechos reales con los imaginados). Sus decisiones muchas veces son impulsivas y una vez tomadas son difíciles de modificar (incluso si dispone de pruebas de que está equivocado).
Es muy egocéntrico, muchas veces desenfrenado y necesita la influencia reguladora de la sociedad para evitar alcanzar extremos desagradables [Marinoff, 2007, p. 90 y 98]. No sabe cómo organizar sus organizaciones sociales a fin de volverlas eficientes, posiblemente como un fiel reflejo de la desorganización que impera dentro de su propia mente. Y, si bien puede ser que esté optimizado para el lenguaje hablado, está muy mal preparado para interpretar los dibujos en perspectiva, la fotografía, la televisión o los gráficos por computadora [Piscitelli, 2002, p. 67].
Quizás sea por todos estos motivos que el Hombre dispone de un repertorio relativamente limitado de patrones fijos de interpretación útil de la realidad profunda y de que algunos (o varios) “instintos” de sentido común –adquiridos durante la evolución (en particular, los referidos a la física, aunque también a la biología y a la psicología)–, si bien todos importantes en el pasado, probablemente estén mal adaptados al mundo moderno y no sean la mejor forma de tratar con la mayoría de la información actual y futura.
Restricciones
La inteligencia humana presenta varias restricciones intrínsecas en sus tres dimensiones (biológica, psicológica y social). Son límites impuestos por la propia Naturaleza: al igual que un perro no puede ni siquiera imaginar la teoría de la relatividad o un chimpancé no es capaz de meditar aunque sea superficialmente sobre el concepto de átomo, es posible que al Hombre también le está vedada la comprensión de ciertos aspectos de la Realidad (por ejemplo, el infinito, la nada, la eternidad o las dimensiones superiores) [Horgan, 1994].
Aunque su mayor neocorteza le permita concebir modelos dinámicos más abstractos del mundo, realizar predicciones más complejas y/o analogías más profundas, es posible que no pueda comprenderse a sí mismo, de igual modo en que el ojo no puede verse a sí mismo, el cuchillo no puede cortarse a sí mismo y el fuego no puede quemarse a sí mismo.
Tal vez algunos conceptos sean demasiado “expansivos” para el lenguaje corriente, desmedidamente “grandes” para la imaginación actual, ocupen un excesivo “espacio mental” o “escapen” a la red conceptual del homo sapiens.
Y es que sólo puede aspirar a concebir aquello para lo cual está preparado su cerebro-mente. ¿Es probable que los robots –con un equipamiento funcional diferente del humano– desarrollen los mismos conceptos? [Moriello, 2005, p. 227].
Después de todo, la inteligencia animal está inevitablemente condicionada por la especialización evolutiva, por los estímulos que pueden reconocer y evaluar con facilidad: la inteligencia olfativa de la rata se relaciona con su vida nocturna y la inteligencia auditiva del delfín está ligada con su orientación por medio del sonar [Morgado, 2002, p. 28].
Inteligencia construida
A la hora de construir inteligencias artificiales, el Hombre goza de mucha mayor libertad que la que tuvo la Naturaleza cuando “construyó” a éste. Pueden estar absolutamente liberadas de las restricciones y limitaciones de la organización mental humana. Incluso podrían hasta no tener referencia alguna con lo natural, con lo ya existente. ¿Sería capaz el homo sapiens de evitar caer en sus propias fallas: la crueldad, el vicio, la soberbia, la avaricia...? ¿Podría asimismo evitar repetir su historia: la corrupción de las grandes culturas luego de su florecimiento?
Desafortunadamente, es probable que para que el androide desarrolle una inteligencia parecida a la del Hombre necesite algunas de sus supuestas “debilidades”, como el egoísmo y la ambición. Estas cualidades también forman parte de su mente [Ritchie, 1985, p. 150]. No hay contradicción en esto; después de todo, y como afirma un antiguo proverbio budista, “aunque parecen ser opuestas, ambas alas son necesarias para el vuelo de un pájaro” [Moriello, 2005, p. 228].
Ventajas
La inteligencia inorgánica supera a la humana en muchos campos: la rápida ejecución de complejos cálculos matemáticos; la enorme velocidad de procesamiento y de transferencia de información; la habilidad para considerar instantáneamente muchas posibilidades diferentes; la capacidad para ocuparse de numerosas cosas al mismo tiempo y para considerar los problemas desde una perspectiva completa (no fragmentaria); la habilidad para “formar imágenes” y trabajar en espacios matemáticos multidimensionales; la destreza para manejar geometrías extrañas y conceptos alejados de la experiencia sensorial directa y habitual (como lo muy grande, lo muy pequeño, lo muy rápido, lo muy lento, o lo muy complejo); la abrumadora capacidad para absorber datos de Internet (textos, imágenes, tablas, bases de datos, videos, música, etc.), el enorme poder inferencial; el almacenamiento de grandes cantidades de información y su recuerdo indefinido sin olvido posible (no se degrada con el tiempo); la ausencia de la interferencia distorsionadora de las emociones sobre el pensamiento y la memoria; la capacidad para comunicarse a enormes velocidades (con gran cantidad de sus iguales, intercambiando y difundiendo –de forma instantánea– todos sus conocimientos, experiencias y pensamientos); y la competencia para aplicar eficazmente los principios de la lógica, de las probabilidades, de la estadística y de la relatividad [Moriello, 2005, p. 228].
Desventajas
Por su parte, la inteligencia humana es muy superior a la inorgánica en muchos campos: el reconocimiento de patrones y configuraciones (y la distinción entre similitudes y diferencias); la elaboración de estrategias complejas; la creatividad, la imaginación, la inventiva, la espontaneidad, la improvisación y la intuición; la capacidad de trabajar con datos insuficientes, ambiguos y/o imprecisos; la identificación del contexto; el manejo de situaciones aproximativas, difusas o inciertas; la habilidad para enfrentarse a lo improvisto e inesperado; la interpretación de señales contradictorias y hasta caóticas; la capacidad para abstraer y generalizar; y la habilidad para extraer conclusiones acertadas y rápidas a partir de grandes cantidades de datos. También sobresalen en las habilidades homeostáticas (auto-reparación y auto-recuperación), adaptativas (flexibilidad para adecuarse al entorno), mecánicas (locomoción, navegación, control manual y coordinación sensomotora) y colectivas (entendimiento por empatía, interacción social y pensamiento grupal, comunitario y social) [Moriello, 2005, p. 228].
Bibliografía
1. Crevier, D., Inteligencia Artificial. Acento Editorial, 1996.
2. Dibbell, J., The race to build intelligent machines. TIME (marzo, 25, 1996), vol. 147, N° 13.
3. François, Ch., Introducción a la prospectiva. Editorial Pleamar, 1977.
4. Horgan, J., “¿Puede explicarse la conciencia?”. Investigación y Ciencia (septiembre, 1994), N° 216, p. 70-7.
5. Johnson, S., Sistemas emergentes. Editorial Fondo de Cultura Económica, 2003.
6. Marinoff, L., Más Platón y menos Prozac. Ediciones B, 2007, 7° edición.
7. Minsky, M., La Sociedad de la mente. Editorial Galápago, 1986.
8. Morgado, I. (comp.), Emoción y Conocimiento. Editorial Tusquets, 2002.
9. Moriello, S., Inteligencia Natural y Sintética. Editorial Nueva Librería, 2005.
10. O’Connor, J. y McDermott, I., Introducción al Pensamiento Sistémico. Editorial Urano, 1998.
11. Piscitelli, A., Ciberculturas 2.0. En la era de las máquinas inteligentes. Editorial Paidós, 2002.
12. Riedl, R., Biología del conocimiento. Editorial Labor, 1983.
13. Ritchie, D., El Cerebro Binario. Editorial Sudamericana-Planeta, 1985.
14. Skyvington, W., Machina sapiens. Editorial Huemul, 1978.
Sergio A. Moriello es Ingeniero en Electrónica, Postgraduado en Periodismo Científico y en Administración Empresarial y Magister en Ingeniería en Sistemas de Información. Lidera GDAIA (Grupo de Desarrollo de Agentes Inteligentes Autónomos, UTN-FRBA) y es vicepresidente de GESI (Grupo de Estudio de Sistemas Integrados). Es autor de los libros Inteligencias Sintéticas (Alsina, 2001) e Inteligencia Natural y Sintética (Nueva Librería, 2005).
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