Ésta es la tercera película de Abdellatif Kechiche, un tunecino establecido en Francia desde hace tiempo, y que, como emigrante árabe, sabe muy bien lo que es vivir en un país que no es el suyo, aborda aquí la situación de una familia de emigrantes magrebíes en el sur francés. Una película, que a pesar de su magro presupuesto y con elementos argumentales tan poco comerciales, se convirtió en el éxito de la pasada temporada en el país vecino, logrando cuatro de los galardones más preciados del cine francés los César, como mejor película, mejor guión, mejor director y mejor actriz, además de conseguir el Premio Especial del Jurado en el Festival de Venecia. Cuscús, cuyo título original es La graine et le mulet, nos presenta una historia sencilla en una ciudad costera del mediodía galo, pero que podría ocurrir en cualquier otra ciudad. Un hombre de 61 años, de origen árabe, llegado al país treinta años atrás, que acaba de perder su empleo en los astilleros, trata de convertir un buque, fondeado en el puerto de Sète para el desguace, en un restaurante típico con menús de su país.
Sus propios hijos y la hija de su actual compañera, y también su ex mujer como cocinera, le ayudarán en el empeño. Con los problemas burocráticos y económicos para poner en marcha el negocio y los conflictos familiares se conjugará este relato tan original como realista. Toda una serie de dificultades para el emprendedor protagonista se conjuran contra su empeño hasta el final, pero salvo lo que no tiene remedio, no hay nada que no pueda resolver una sensual y seductora danza del vientre y un suculento cuscús.
Bien sabemos que en los últimos tiempos el fenómeno de la inmigración ilegal ha inundado el sur de Europa, de lo que nuestro país es una buena muestra, que el cine aborda una vez más. Abdelatif Kechiche, bien tratado siempre por la crítica, habitual de los festivales, ganador hace tres años de dos grandes premios César por L´esquive (2003), pese a ciertas licencias dramáticas, en Cuscús afina acerada e imaginativamente sus críticas sociales y económicas, como es el caso del sistema crediticio de los bancos, la burocracia municipal -esa lacra que tanto sufrimos todos-, el machismo y otros aspectos de los comportamientos masculinos y femeninos. Llena de muy oportunos interrogantes, tiene varias perspectivas temáticas y esa evidencia real de un grupo de emigrantes norteafricanos que tratan de sobrevivir y abrirse camino en el país en el que han recalado. Lo expresa acertadamente esta obra cálida y cercana.
La gastronomía en este caso juega a la vez como argumento primordial o, si quieren, como metáfora, pero presenta otros indeclinables ingredientes -si hemos de hablar en términos culinarios-, donde gravitan con igual interés los motivos interculturales, las desavenencias familiares y las reminiscencias de origen siempre presentes. En la forma de reflejar una realidad propia la película funciona perfectamente, así como en el retrato personal individual, tal vez lo mejor. Destaca lo doméstico, la atracción singular de la cocina, la preparación de ese delicioso plato que es el cuscús, la seducción
de algunos personajes, especialmente la adolescente que maravilla a todos con su danza del vientre. Su afán reiterativo, excesivamente alargado, resta méritos a tan buena película
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