El quinto centenario de la muerte del Rey Felipe I (1506), el hermoso como lo llamó su enamorada y dislocada esposa, Juana, por sobrenombre la loca, fue ocasión para una excelente exposición en el marco incomparable de la Casa del Cordón de la castellana ciudad de Burgos.
Los inicios del siglo XVI, al filo del descubrimiento de América y de la unificación de los reinos de España con la toma de Granada, marcan un tiempo nuevo para el mundo y para los nacientes territorios de ultramar que estarían bajo la égida de los descendientes de esta singular y desdichada pareja real.
Felipe I no ha gozado de buen predicamento en la historiografía tradicional. Extranjero, el trato displicente a su mujer, las disputas con su suegro Fernando por el poder, dejan en la penumbra los muchos aspectos resaltantes, de un hombre renacentista en el mejor sentido del término.
El mundo de Felipe el hermoso lo lleva a unir la herencia de su padre Maximiliano en Centroeuropa con la corona de Castilla por el matrimonio con Juana. Surgía la pugna de las coronas europeas por el dominio global de aquel fascinante viejo continente al que se le abrían las nuevas tierras ignotas que descubrían intrépidos navegantes. Nadie podía controlar con certeza absoluta la estabilidad de aquellas coronas. Tampoco Felipe. Será su hijo Carlos y su nieto Felipe II quienes llevarán las riendas de un imperio en el que no se ponía el sol.
Para un renacentista, el cultivo de las artes, la belleza y la ostentación de la corte era cuestión de estado. Detrás de aquel sentido refinado de lo bello estaba la fascinación por lo exótico y por una idea del hombre que se convertía en el centro del universo. Su efímero reinado dejó, sin embargo, en todas las expresiones del arte, el sentido del mundo que nacía.
Después de muerto fue cuando su cuerpo transitó de norte a sur la península para reposar en el mausoleo de los Reyes en Granada, en compañía de su Juana, loca de amor ante los restos de su exánime cónyuge. Belleza y locura se entrecruzan, marcando también un nuevo tiempo. Si en la Edad Media se convivía amigablemente con la locura, la ética racionalista que surgía segregaba a los dementes de sistema social y hacía crecer el miedo a lo irracional. La estética de la locura tiene su mejor expresión en los versos y la música del género folía que pasó con derecho propio a nuestra música.
Disfrutamos del catálogo con la nostalgia de no haber recorrido aquellos recintos burgaleses que entrelazaron en las vidas de Felipe y Juana, dos componentes de la existencia humana: la belleza y la locura.
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