lunes, septiembre 01, 2008

El dinero que falta

Las cosas empezaron a cambiar hace ahora algo menos de un año. Recuerdo, porque casi acaba de pasar, la perplejidad que me causaba la abundancia y la aparatosidad de los enriquecimientos que, años atrás, veía brotar por doquier. En algún momento, incluso llegué a pensar que mi criterio sobre la capacidad de una buena parte de mis paisanos, había sido erróneo. Parecía que mis pertinaces dudas respecto a las posibilidades creativas y de desarrollo de muchos de los personajes que había tratado y de otros muchos más, con los que nunca me relacioné pero que si sabía de sus existir, habían estado fuera de lugar, habida cuenta de lo que mis ojos veían cada uno de los días que se iban descolgando del calendario.

No es que me pareciese mal, en absoluto; ni tampoco se trataba de que la envidia nublase mi juicio, porque el tornarme verde con el éxito ajeno, no está en la lista de los abundantes defectos que me adornan. Tan sólo era una cuestión de asombro.

Recuerdo que en una ocasión le pregunté a un viejo amigo -Paco-, director de la oficina principal de una conocida entidad bancaria de la ciudad, como hacían algunos para disfrutar de tanto en tan poco tiempo. Parecía que las grandes casas, los coches de lujo, los viajes de ensueño o las joyas de reyes, saliesen de las chisteras de estas gentes. Mi buen amigo me dijo que bastante más de la mitad de lo que se veía no era de los que lo disfrutaban sino del banco del que habían tomado prestado el dinero.

Hace muchos más años, mi abuelo, respondiéndome a una pregunta de nieto curioso, me aconsejaba que tan perjudicial podía ser deber mucho dinero a un banco, como no deberle nada. En este caso, me decía, la virtud está en el término medio: si tienes una idea y la quieres realizar, debes pedir parte de lo que no tienes, otra parte la pones tú y el resto lo hará tu trabajo. La experiencia, me ha enseñado que mi abuelo tenía razón y el tiempo, me ha mostrado que mi amigo Paco, también.

Ahora voy a lo que iba. El dinero cuesta mucho trabajo ganarlo, mucho esfuerzo y, también, tiempo, al menos el tiempo razonable para que ese dinero tenga "fundamento" y base firme.

Es cierto que hay quien lo hereda y lo disfruta "sin pegar un palo al agua". Hay quien le toca por azar -tan pocos, que no son representativos-. También, y éstos no son pocos, hay quien lo roba. Luego, están los protagonistas de mi artículo: los del "pelotazo".

En los del "pelotazo" incluyo a los advenedizos que se tropiezan con un buen negocio y lo explotan -sin preocuparse en desarrollarlo- hasta dejarlo exhausto; también a todos esos "empresarios" de chichinabo que piensan que gestionar una empresa es algo parecido a poner una caseta "de amigos" en la feria: adolecen de la preparación necesaria, de la prudencia aconsejable, de la previsión obligatoria, de la profesionalidad ineludible y, también, del talento imprescindible. El resultado, salvo excepciones, no puede ser otro que la inconsistencia del proyecto y la casi segura inviabilidad, a largo plazo -que es como se debe proyectar una empresa- del negocio, con los devastadores efectos colaterales -para propios y extraños- que esto conlleva.

Conozco empresarios ejemplares, surgidos de la nada, luchadores y -tras años de esfuerzo, sacrificio, tesón y mucho, mucho trabajo- triunfadores. Conozco herederos que han sabido y querido formarse, trabajar duro y así, multiplicar con éxito lo recibido: ¡bravo por ellos! Pero no son éstos los que me preocupan, sino los que admiro.

Los preocupantes, los responsables de la inflación de la opulencia del exhibicionismo y la presunción, son los amasadores de fortunas sin mérito, los avaros multiplicadores de precios, los especuladores de sueños, los acaparadores sin medida. Todos esos que me sorprendieron por sus inesperados "éxitos" y que ahora, caen como manzanas podridas a la sombra del árbol en el que nunca debieron madurar: la ambición sin freno.

Ahora, cuando el dinero falta, cuando la fuerza del vendaval calibra la firmeza de lo construido, caerán los endebles palafitos, no las casitas de cemento y ladrillo.

No hay comentarios: