sábado, noviembre 01, 2008

El estrés en la empresa

Quedan lejos los tiempos en los que las personas se veían reducidas a simples piezas dentro de un sistema de organización del trabajo, en el que su división se potenciaba maximizando la productividad, en detrimento de un trabajo alienante y una desnaturalización paulatina desde un punto de vista socio laboral.

En la actualidad, los logros sociales alcanzados en décadas anteriores, han sido superados por el avance tecnológico y organizativo, que han impuesto nuevos retos en el desarrollo del concepto de relación y espacio humano en las propias organizaciones. Hemos pasado de planteamientos como "hacer mi trabajo según la mentalidad de las empresas de ayer", a ayudar a que se hagan las cosas en las empresas de hoy día, de evaluar al individuo a evaluar el proceso y de controlar a los empleados a desarrollar a las personas como ejemplo de cambio.

No obstante, todos estos avances dejan entrever que hemos atendido más a la capacitación profesional, al logro y a la mejora de resultados a través de la formación y el desarrollo profesional, que a fomentar el espacio de desarrollo personal dentro de nuestras empresas.

Ahora bien, si queremos construir empresas con equipos de trabajo realmente eficientes, habrá que generar en las personas la motivación necesaria para que surja de cada uno, en el nivel individual, el potencial suficiente que haga posible alcanzar nuestros objetivos como equipo. Las nuevas corrientes humanistas en las organizaciones empresariales se expresan en esta línea y abogan por la necesidad de mostrar una realidad necesaria, en la que el trabajador es persona que requiere -además de un salario- satisfacer unas necesidades de pertenencia, de reconocimiento, de desarrollo profesional y personal.

No hay más que mirar las cifras y datos que la Agencia Europea para la Seguridad y Salud en el Trabajo (AESST) viene proporcionando en los últimos años, y darse cuenta de la proporción que está alcanzando el estrés. De hecho se le ha asignado ya la categoría de enfermedad profesional en algún país del avanzado primer mundo, y su efecto es pernicioso, porque afecta a prácticamente el 30% de los trabajadores de la Unión Europea, y a más de 40 millones de personas al año. Además, se comprueba que aproximadamente entre el 50% y 60% de las jornadas perdidas por absentismo laboral se deben a ésta epidemia sociolaboral, que se extiende sigilosamente con sus perversos efectos sobre las personas y las empresas.

En definitiva, nuestra capacidad de adaptación a los cambios y exigencias que plantea nuestra sociedad en general, y el entorno laboral en concreto, está superando los niveles de respuesta normal, forzando a nuestro organismo a producir más estrés del aconsejable. Esto queda patente en el importante número de bajas por enfermedad tramitadas y, por consiguiente, del gran numero de horas perdidas, como se indicaba anteriormente, que tienen su origen en un entorno de gestión en el que abunda un continuo trabajo con prisas, la exigencia por encima de las habilidades o conocimientos del trabajador, la reducción de plazos de ejecución, sobrecarga de trabajo, y un sinfín de situaciones, hechos o circunstancias cada vez más presentes en nuestro moderno sistema de vida.

Nos encontramos, por tanto, ante un círculo vicioso en el que el estrés realimenta nuevo estrés, donde la cantidad de circunstancias relacionadas que nos producen tensión son cada vez mayores. Y cuando esto sucede, empezamos a vernos a nosotros mismos de manera distinta y a considerarnos como personas que no pueden con ello, y entonces la causa originaria de nuestros problemas ya no es importante sino únicamente nuestra ansiedad, angustia, depresión, etcétera.

Todo ello viene respaldado porque, tradicionalmente, hemos prestado más atención en el entorno laboral a riesgos derivados de origen químico o musculoesqueléticos, que a los riesgos denominados psicosociales, entre los que se encuentran el estrés, el acoso moral y laboral, y la agresividad en el trabajar.

Como contrapunto consideremos un par de aspectos esenciales a la hora de abordar la comprensión del fenómeno del estrés. El primero es que las personas percibimos las situaciones de formas muy diferentes, lo que angustia a una persona puede no serlo para otra persona. En segundo lugar, lo que importa no es tanto el suceso propiamente dicho, sino el significado negativo que le atribuimos a dicho suceso.

En definitiva, y este es el aspecto positivo del asunto, se procedería a analizar las situaciones y sus significados, para poder llegar a crear estrategias alternativas de percepción de la realidad. Esto requiere un nuevo paradigma empresarial que reestructure la organización del trabajo atendiendo lógicamente a la eficacia y a la consecución de sus objetivos, siendo uno de ellos las necesidades habidas por el personal contratado, con el fin de poder canalizar el estrés negativo en la dirección de un estrés positivo, a través de la prevención, el diagnóstico y los tratamientos de patologías por ansiedad, ira y depresión.

A la vista de todos estos aspectos comentados, parece lógico pensar que todos estos riesgos psicosociales provocan unas consecuencias negativas en las empresas, las cuales se traducen en el aumento de la rotación de puestos, aumento de gastos de reclutamiento, falta de cohesión de equipos, perdida de conocimiento y talento, baja productividad y aumento de causas de accidente laboral, entre otras.

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