ANTONIO BURGOS
NOS hace falta un Plutarco como el comer. No sé cómo hablan tanto de lo transversal, tontería comparable a la sostenibilidad, si esto va de vidas paralelas. Lo diré con el ejemplo de dos ilustres representantes de nuestra más eximia cultura, numerarios de la Real Academia Española de los Jornales del Plató (de lentejás): Antonio David y Antonio Tejado. No sé si al jerezano Cantizano (que rima) o a mi admirado Jorge Javier Vázquez, pero llevo oído que las de Antonio David y Antonio Tejado son vidas paralelas. Como paralelas son las vidas y la fama sin causa justificada de Rociíto y de Chayo. Traduzco: todos viviendo a la rentable sombra de la tumba de Rocío Jurado. Si El Cid (el del poema, no el de Salteras) ganaba batallas después de muerto, La Más Grande sigue dando de comer a familias enteras que no la doblan.
Y hay más vidas paralelas. Plutarco tendría que echar aquí horas extraordinarias. Los palmeros y agradadores del Régimen ya han sentado plaza de plutarquillos y tocan todos los resortes del subconsciente colectivo («el imaginario», que dicen los pedantes, y que suena a juguetería) para que nos creamos que las de Obama y Zapatero son vidas paralelas, de modo que su próximo encuentro en la tercera fase de la Casa Blanca sea la conjunción planetaria que dijo la otra imbécil. Tanto nos pintan como paralelas las vidas del negro alto de la cabeza chica y del blanco sonriente con la percha dentro de la chaqueta, que ya no sabemos si Obama es el Zapatero negro o si Zapatero es el Obama blanco. Total, blanco o negro, lo importante es que el gato pase por liebre, que dijo Felipe González.
Pero nada como las vidas paralelas de la crisis y la gripe A por lo que respecta a las decisiones del Gobierno. A modo de Pasapalabra, podían hacer un concurso di-vi-no preguntando a la gente dónde está dando el Gobierno más palos de ciego, si con la crisis o con la gripe. Nunca hubo más freno y marcha atrás que en el tratamiento de estos dos problemas que le tienen quitado el sueño a la población, vulgo ciudadanía. Con la crisis, primero no la había, después era desaceleración. Luego la había, pero poquito, y tenían la culpa Bush y Aznar. Y cuando por fin se ahogó ya el último violinista de la orquesta del Titanic y se reconoció que había crisis, primero nos dieron 400 euros, luego nos los quitaron, más tarde hicieron el Plan E para levantar todas las aceras, luego prometieron 420 euros a los parados completamente caninos, posteriormente se los quitaron, y todo así.
Y con la gripe A, ídem de lienzo. Primero era porcina, y tenían la culpa los cerdos; pero no esos cerdos en los que está usted pensando, sino los cerdos propiamente dichos. Luego ya se admitió que había gripe. Pero que sólo palmaban los que tuvieran una patología anterior. Luego vino, y aquí es donde más vida paralela tiene la pandemia con la crisis, lo de la población de riesgo. Primero eran los niños población de riesgo. Luego, los jóvenes.
Más tarde los jóvenes no, los viejos. Ninguno de esos: las embarazadas, sentenciaron. No, las embarazadas tampoco: son los médicos, los maestros, las cajeras del Carrefour, los ventanilleros del banco de Santander y los repartidores de pizzas. No se ponen de acuerdo contra la crisis como no se ponen de acuerdo sobre la gripe A. Aclárense cuanto antes, por favor.
Díganme si la población de riesgo son los rubios, los madridistas, los partidarios de José Tomás, los agnósticos, los murcianos, los güinsurfistas, los peritos industriales o los señores bajitos. No por nada, sino para hacerme urgentemente de eso y que me vacunen. Y no tener que recordar como pregunta España entera en la voz de mirabrás de Belén Esteban, Princesa del Pueblo a la que el Ayuntamiento de Barcelona no le ha enchufado a ninguna hermana: «¿Y las vacunas, Zapatero?».
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