Gema Marcelo.
No la podría definir como sombra. Una oscuridad propia de un pasillo largo y estrecho que desembocaba en mi habitación iniciando su estructura en la sala principal de la casa. Era una figura en fase o proceso de construcción que más adelante iba a tomar forma más humana.
Llevaba varios días con una corazonada: un mal presagio que rogaba y pedía con todo fervor que no sucediera. Que lo que era una simple intuición febril e imaginaria no podía hacerse realidad.
Los trabajos continuaban y su finiquitación estaba prevista para largo: En mi consciente reinaba cierta confusión que iba mediatizando mi actitud social así como condicionando mi comportamiento habitual.
Cuando ese consciente ha trabajado lo suficiente y se dispone a descansar, da paso a su colega el subconsciente y el mismo, deseando entrar en acción, (no en vano lleva todo el día esperando) se acoge al divertido juego de distorsionar tu desprotegido ego. Unas veces te involucra en sueños placenteros, amenos, eróticos; situaciones divertidas o simplemente preparar tu cuerpo y mente para que tu descanso sea eso: relajante y sin perturbaciones elucubradoras. Otras veces se ensaña contigo y lo que en principio sería dormir y descansar se transforma en un cúmulo de situaciones extremas y extrañas que rodeadas de tragedias y situaciones límite hacen el global de una pesadilla. Pero a veces, el colega subconsciente hila más fino y escudriña en lo más recóndito de tu mente para indagar lo que más ha preocupado al amigo consciente y sin mucho esfuerzo por su parte te lo plasma en realidad de forma que tus inquietudes o corazonadas negativas no sean un simple sueño sino momentos que estás viviendo.
Me incliné sobre la cama, sudorosa y alarmada. Temblorosa fijé la vista hacia el pasillo y esa figura tomaba forma y se acercaba lenta y cansinamente hacia mí. Esforzaba mis ojos para poder distinguir o apreciar de quién se trataba. Estaba a escasos metros de mí e identifiqué esa figura. Se trataba del cuerpo de un hombre de mediana edad que portaba algo entre sus manos, que a pesar de mi nerviosismo pude contemplar una maqueta. Navegando entre el terror y la resignación, el desespero y la pasividad recliné de nuevo mi cabeza sobre la almohada y pensé en lo trágico del destino.
El presagio. El motivo de mi desazón, de mi sinvivir, el culpable de mis pesadillas y elucubraciones mentales y desdicha se hallaba junto a mi cama que en un pose indolente portadora de una media sonrisa, entre la ironía y el más impertinente sarcasmo, me ofrecía la maqueta de la próxima, y quizás definitiva, remodelación de la Plaza de la Glorieta.
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