sábado, noviembre 01, 2008

la gracia y la naturaleza

Ya el apóstol San Pablo, asumiendo la sabiduría de su tiempo, supo distinguir que el ser humano se desarrollaba en una triple dimensión: el cuerpo, la mente y el espíritu, y que cada uno de ellos tenía su particular tratamiento y desarrollo.
Esto la Iglesia católica lo tiene presente y, por ello, hemos conocido estos días las orientaciones que la Santa Sede propone a los candidatos para el sacerdocio acerca de la madurez y el equilibrio afectivo que dichos aspirantes deben manifestar para poder ejercer este ministerio.

No se debe olvidar que la gracia perfecciona la naturaleza, no la cambia, y por ello, si algún candidato al sacerdocio padece algún tipo de desequilibrio que pueda afectar a su futuro ministerio, debe ser atendido por aquellos que conocen y estudian la mente humana en cuanto a los afectos y su relación con los demás. Y esto se debe hacer, como no puede ser de otra manera, con el máximo respeto a la intimidad de las personas.

No se trata en ningún caso de psicologizar la formación sacerdotal, pues un seminarista debe sobre todo conocer la teología, vivir una profunda vida espiritual y ser capaz, desde una estabilidad y solidez humana, manifestar al mundo la alegría de Cristo resucitado.

Tampoco debemos olvidar que toda vocación sacerdotal nace de un profundo amor en sentido doble: conocer el amor de Dios y querer corresponder a ese amor con la entrega serena y alegre de la propia vida a los demás. Un seminarista siempre es alguien enamorado del Amor.

Si antiguamente se caían en falsos espiritualismos, hoy en día podríamos caer en falsos psicologismos, pues no hay duda de que es Dios quien va configurando al seminarista para que pueda ejercitar su futuro ministerio sacerdotal.
Es bello, sin embargo, comprobar el respeto que la Iglesia católica manifiesta a las ciencias humanas, a la vez que no olvida su identidad de ser portadora de un mensaje de gracia y participación en la vida divina.

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